jueves, 8 de junio de 2017

Juan 1:43-51 La diversidad del llamado del Evangelio: El llamado de Felipe y Natanael

La diversidad del llamado del Evangelio: El llamado de Felipe y Natanael
Juan 1:43-51
Introducción:
La iglesia de Cristo está compuesta por diversidad de personas, de todos los continentes, colores de piel e idiomas. Unos son expresivos, otros introvertidos; unos muy emotivos, otros más estoicos; en fin, Dios llama del mundo a personas con características muy distintas, las cuales son unidas en un solo cuerpo por medio del bautismo del Espíritu Santo en la conversión. La Iglesia no es una masa uniforme de ladrillos, sino, como dice Pedro, un templo vivo constituidos por piedras vivientes y diferentes (. P. 2:5).
Igualmente, se llega a ser discípulo de Cristo o miembro de esta iglesia, a través de diferentes llamados, escenarios u ocasiones. No todos llegamos de la misma manera pero todos somos llamados eficazmente por el Espíritu Santo.
 El apóstol Juan, autor del evangelio, nos mostrará en este pasaje cómo fueron unidos a la iglesia naciente dos nuevos discípulos. Observemos cómo los llamó Cristo: uno estaba totalmente preparado por Dios para sólo escuchar su voz y seguirle, mientras que otro necesitó escuchar la invitación a través de otro discípulo, necesitó superar dudas variadas, necesitó ver el poder omnisciente de Dios y entonces sí, venir a Cristo.
Para una mejor comprensión del pasaje, lo estructuraremos así:
1. El llamado de Felipe: Un corazón preparado para responder instantáneamente (v. 43-44)
2. El Llamado de Natanael: Superando obstáculos (v. 45-51)

1. El llamado de Felipe: Un corazón preparado para responder instantáneamente (v. 43-44).
El siguiente día quiso Jesús ir a Galilea, y halló a Felipe, y le dijo: sígueme” (v. 43). Jesús, luego de recibir la acreditación de Juan el Bautista, quien anunció públicamente, cuál heraldo de Dios, que el Nazareno era el Mesías enviado por el cielo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; y luego de recibir a sus primeros tres discípulos, dos de ellos previamente discípulos del Bautista; ahora iniciará su ministerio itinerante, viajando por todas las provincias de Israel, anunciando el Evangelio, la llegada del Reino y testimoniando esto a través de sus milagros, señales y portentos.
Así que, nos dice Juan que el cuarto día de los siete días iniciales de la predicación del Evangelio, Jesús decidió (quiso, se propuso) partir de Judea a Galilea, la provincia donde él se crió y donde vivía su familia. En Galilea Jesús se la pasaría mucho tiempo, y se convirtió en un lugar de refugio cuando la hostilidad de los judíos en Jerusalén arreciaba.
En esta preparación, o tal vez iniciando el viaje, Jesús se encuentra con Felipe, al cual solamente le dijo: Sígueme, y él lo siguió. Probablemente Felipe, siendo del mismo pueblo de Andrés y Pedro, había escuchado lo que ellos decían sobre Juan el Bautista, de manera que su corazón había sido inquietado respecto a la pronta llegada del Mesías. Lo cierto, es que el Espíritu Santo ya había estado trabajando en el corazón de este humilde pescador, de tal manera, que sólo con escuchar al Mesías decirle “sígueme”, le siguió inmediatamente. En este caso vemos que nadie escucha el evangelio por mera casualidad, sino porque Dios así lo ha propuesto. Jesús nuevamente sale al encuentro del pecador para darle vida y salvación. En él no hay casualidades.
Esto nos muestra, primeramente, la eficacia de la Palabra de Dios cuando al Señor le place llamar a una persona a la conversión y el servicio. Ella tiene el poder divino para convencer al alma, sin el uso de razonamientos, evidencias o justificaciones, sino que, cuando Cristo dice: Ven, sígueme, cree en mí; el Espíritu aplica esta palabra para una efectiva e instantánea conversión. En segundo lugar, esto nos muestra la variedad que Dios usa cuando llama a personas a la conversión. En el caso de Andrés y Juan, medió el mensaje del predicador Juan el Bautista; Simón fue convertido a través del testimonio y la invitación de su hermano Andrés, pero, ahora, es Cristo, de una manera directa, quien lo llama. Lo mismo sucedió con Saulo, quien fue llamado por Jesús, cuando, ni aún estaba interesado en él, antes, se oponía al mensaje cristiano y perseguía a sus seguidores. Pero el poder del Evangelio vino desde el cielo y convirtió a estas almas incrédulas.
Muchos son convertidos directa e inmediatamente por el poder de Dios, sin que medie ningún predicador, sólo el alma siendo tratada por el Espíritu de Dios. Pero la mayoría de los casos de conversión no son así, sino que a Dios le ha placido usar la locura de la predicación, y la responsabilidad de los creyentes en la misión evangelizadora para traer a Cristo a la mayoría de los elegidos.
Y Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro” (v. 44). Juan, el autor del Evangelio, nos dice que tanto Andrés como Pedro y Felipe eran de Betsaida. Esta información no es sin importancia, pues, Juan nos quiere mostrar la grandeza de la gracia de Dios, la cual saca de lo vil y menospreciado tesoros preciosos para la gloria de Dios, y nos muestra cómo el evangelio puede transformar vidas, incluso de en medio de sociedades entregadas al mal. Jesús lanzó algunos ayes o lamentos sobre esta ciudad a causa de su incredulidad y maldad, a pesar de que él hizo muchos milagros en ella: “!Ay de ti, Corazín!, ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza” (Mt. 11:21). Dios siempre se preserva un remanente en cada lugar.
No importa lo corrompida que esté nuestra sociedad, ni las espesas tinieblas morales que se yerguen dominantes sobre el Estado, la familia y la misma cristiandad; Dios sigue siendo Dios, y Su gracia obrará efectiva y poderosamente en aquellos a quienes él llama por el Evangelio para la conversión. No importa si es una sociedad atea, agnóstica, inmoral, religiosa o idólatra; el llamado de Cristo será escuchado por los que Dios ha elegido.
2. El Llamado de Natanael: Superando obstáculos (v. 45-51)
Felipe halló a Natanael, y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret”. ¿Podemos imaginar el gozo de Felipe al encontrarse con Jesús y ser transformado por su llamado directo y su poder Salvador? Y como es característico de todo discípulo de Cristo, esta alegría no puede ser guardada de manera egoísta, sino que inmediatamente se procede a anunciar a los más cercanos quién es Jesús. Felipe inicia la empresa de buscar a Natanael hasta que lo encuentra y le habla de Cristo, el Mesías. Muy probablemente este Natanael es el Bartolomé que se menciona en los Sinópticos.
Juan dice que Felipe halló a Natanael, es decir, lo buscó. Felipe no se quedó quieto. Dios quiera que este evangelístico y misionero comenzar de la iglesia pueda recuperarse hoy, donde cada persona que iba siendo salvada por Cristo buscaba a otros para compartirles esta gran verdad; pero hoy día se necesitan a 100 para ganar a uno.
La proclamación de Felipe muestra que la mayoría de los judíos tenían cierto conocimiento del Antiguo Testamento, especialmente en lo que concierne al Mesías. Aunque la mayoría no entendió bien la misión del Cristo, ellos sabían que todo el Antiguo Testamento y la Ley están llenos de promesas y anuncios sobre la venida del Redentor, pero no sólo esto, sino que todo el Antiguo Testamento está lleno de símbolos, tipos y figuras que hablan de Cristo. Nadie que no pueda ver a Cristo en todo el Antiguo Testamento sacará provecho espiritual y salvador alguno de su lectura. Conocer el Antiguo Testamento prepara la mente para recibir la Luz del Evangelio, La Ley debe ser predicada antes, para que el Evangelio pueda ser comprendido después. Moisés y los profetas nos conducen a Cristo.
Superando obstáculos para venir a Cristo
Natanael le dijo: ¿De Nazaret puede salir algo de bueno? (v. 46).
Felipe estaba convencido que Jesús es el Mesías prometido, pero a Natanael, aunque es impactado por el entusiasmo y la veracidad de la fe de Felipe, le queda una duda: ¿Cómo es posible que el Mesías, Jesús, sea de Nazaret, si el Antiguo Testamento había predicho que nacería en Belén de Judá? Debemos preguntarnos ¿Por qué Felipe dijo que Jesús era de Nazaret y no de Belén? Bueno, Felipe, muy probablemente, aún no tenía toda la información sobre el nacimiento y la primera infancia de Cristo; además, a una persona se le adjudicaba su pertenencia a la ciudad o localidad donde había vivido la mayor parte de su vida, y siendo que Jesús vivió mayormente en Nazaret, fue conocido como el Nazareno.
Aunque en un principio algunos nuevos creyentes tengan un conocimiento defectuoso de algunas cosas relacionadas con Cristo, como en el caso de Felipe, Dios puede, y efectivamente usa la presentación débil del Evangelio para la conversión de sus escogidos. El poco conocimiento doctrinal que tengamos de nuestro Salvador no debe ser motivo para obviar el evangelismo, hay personas humildes y escasas en su conocimiento de la doctrina, que son más efectivas predicando el evangelio que aquellos teólogos y eruditos en Biblia.
Ahora, Natanael tiene dudas sobre lo que Felipe declara con tanto entusiasmo, porque la Biblia no decía nada sobre el Mesías siendo de Nazaret. Además “De Nazaret puede salir algo de bueno?”, es decir, ¿De esa zona tan distante del centro de la religión judía, del templo y de Jerusalén; rodeada de tierras habitadas por gentiles, podrá salir el Mesías? Son dudas razonables, las cuales no proceden de un corazón incrédulo y burlón que busca cualquier oportunidad para cuestionar la fe cristiana, o que está escondiéndose en los fundamentos de la lógica para rechazar al Cristo; no, en Natanael hay dudas honestas que le impiden aceptar a Jesús como el Mesías. Cuántas argumentaciones se levantan en nuestra mente, a causa de informaciones erradas que recibidos de Cristo o del Evangelio, las cuales nos llevan a rechazarlo; pero si con sinceridad queremos tener la reconciliación con Dios, el Señor mismo permitirá que, aún en contra de nuestra propia lógica, tengamos un encuentro con Cristo.
Le dijo Felipe: Ven y ve”. La respuesta de Felipe muestra que él ya había estado con Cristo, ya lo conocía y Cristo habitaba en su alma; pues, él no acude a la feroz contienda verbal, lanzando argumentos como misiles, como si fuera posible convencer a un solo hombre de que venga a Cristo por medio de discusiones. Felipe hizo lo que todo creyente debe hacer con aquel que honestamente está interesado en conocer a Cristo pero tiene dudas razonables: invitarlo a que él mismo pruebe al Mesías, a que le dé la oportunidad de demostrarle quién es él: “Le dijo Felipe: Ven y ve”, es decir, “no te quedes con las dudas, ven, conócelo, pruébalo, y una vez hayas hecho esto sabrás si él es o no el Mesías. No tienes nada que perder, pero sí mucho que ganar”. “Ven y ve”, estas dos palabras están escritas, en griego, de tal manera que significan: míralo en el acto, no perdamos tiempo discutiendo de cosas que no puedo explicar, mejor conócelo ya mismo. Sobre este tema Barclay escribió: “No serán muchos los que han sido conducidos a Cristo a base de discusiones. A menudo las discusiones hacen más daño que bien. La única manera de convencer a otro de la supremacía de Cristo es ponerle en contacto con él. En general, es cierto lo que se dice de que no es la predicación razonada ni filosófica la que gana almas para Cristo, sino la presentación de la Persona de Cristo y de la Cruz[1]”. Sabio es aquel que sabe tratar con el escéptico.
Natanael estaba bajo el proceso de Dios. Primero, su hermano Felipe lo busca. Esto es un acto de la misericordia de Dios, pues, Felipe pudo haber buscado a otras personas, más Dios lo llevó a interesarse, inicialmente, sólo por Natanael. Segundo, la predicación de Felipe inquietó su corazón buscador. Habían dudas, sí, pero ya no podría dormir tranquilo hasta que conociera al Salvador. El Espíritu de Dios está obrando en él, de manera que no se puede quedar quieto, sino que acepta la invitación y va a Jesús. Todavía lleva dudas en su corazón, pero Dios, quien es misericordioso, le ayudará a superarlas mostrándole un atisbo de la gloria y la grandeza de Jesús.
Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba, dijo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño” (v. 47). Natanael dudaba de que Jesús fuera el Mesías, porque, según la información que recibió, cuando fue evangelizado, él era de Nazaret, cuando debía ser de Belén de Judá; mas, Cristo no lo condena por esas dudas, antes, amorosamente le demuestra que él es el Mesías, a través del conocimiento que tiene del corazón de cada hombre. En este caso él le dice a Natanael que él es un hombre sin engaño, y que este no era un discurso general que podía ser aplicado a todas las personas, como sueles hacer los falsos profetas o sanadores de nuestro tiempo, se deja ver en que no era común o usual encontrar un israelita sin engaño. Muy probablemente Jesús estaba pensando en el padre de la nación, en Jacob, a quien Dios le cambió el nombre por el de Israel. “Isaac, su padre, se quejó de él, hablando con su propio hijo Esaú: “vino tu hermano con engaño, y tomó tu bendición” (Gén. 27:35). El empleo de engaño a fin de obtener ventajas egoístas caracterizó no sólo al mismo Jacob (Gén. 30:37-43) sino también a sus descendientes (cf. Gén. 34)”[2]. Cualquier Israelita apreciaría tener el atributo de la integridad, pues, el salmista había declarado que el tal era bendito: “Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad y en cuyo espíritu no hay engaño” (Sal. 32:2).
Que Natanael era un hombre íntegro se deja ver en la respuesta que él da: “¿De dónde me conoces?”, es decir, ¿cómo sabes eso?, yo no soy una persona importante.  Él no le dice: “Gracias por el cumplido”, sino que desea saber cómo es que él tiene algún conocimiento que le permite dictaminar un juicio sobre su carácter e integridad. “¿Será que Felipe le contó algo?” Nuevamente Natanael está luchando con las dudas, pero Jesús vuelve a ayudarle con su gracia. Él le muestra la omnisciencia que tiene en su calidad Divina: “Respondió Jesús y le dijo: antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera te vi” (v. 48). Natanael no se esperaba esta respuesta. Sentarse debajo de una higuera, en Israel, significaba estar en paz, y especialmente se hacía para meditar y orar. Tradicionalmente el israelita comparaba las bendiciones de Dios con tres árboles o plantas muy comunes en esta zona del mundo: El olivo, el cual simbolizaba la presencia del Espíritu de Dios en medio de su pueblo; la higuera, la cual representaba la producción espiritual que Dios esperaba de Su pueblo; y la vid, símbolo de la unión marital entre Dios y su pueblo, de la cual derivaba la producción de frutos espirituales.
 Probablemente Natanael había estado en oración pidiendo al Padre que enviara pronto al Mesías prometido. Lo cierto es que el ojo penetrante de Jesús se introdujo en el santuario interno de las devociones personales de este varón.
Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel” (v. 49). Las dudas han sido superadas por el poder y el amor tierno de Jesús, Natanael cae postrado a sus pies y exclama con profunda convicción: ¡Indudablemente éste tiene que ser el Mesías, el Hijo de Dios! Si él tiene tal conocimiento, no sólo de las cosas externas que les suceden a los hombres, sino de sus corazones e intimidades espirituales, necesariamente debe ser el Cristo. “!Aquí hay alguien que comprende mis sueños, un Hombre que conoce mis oraciones! ¡Aquí hay Uno que ha contemplado los anhelos más íntimos y secretos que yo no sé ni expresar con palabras! ¡Aquí hay un hombre que puede traducir los suspiros inarticulados del alma! Este hombre no puede ser más que el Ungido de Dios.[3]” Es por eso que Natanael exclama “Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel” (v. 49). Aunque muy probablemente Natanael no logró comprender todo el significado de esta expresión, así como tampoco Juan el Bautista comprendió de manera plena las revelaciones que recibió sobre el Cordero de Dios, en ese instante, por el poder del Espíritu, él puede ver en Jesús al Hijo de Dios, al Mesías, al Salvador del mundo; y creyó en él. En ese instante fue salvo y unido a la naciente iglesia cristiana.
Ya hemos visto el significado del nombre Hijo de Dios, pero ahora se adiciona otro título para Cristo: Rey de Israel. Esta declaración viene del Salmo 2:6: “Pero yo he puesto mi rey sobre Sión, mi santo monte”, y el pueblo entendía que el Mesías también sería rey, pues, en la entrada triunfal ellos exclamaron: “!Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!” (Juan 12:13). Cuando Pilato le preguntó a Jesús si él era rey, respondió: “Tú dices que yo soy Rey. Yo para esto he nacido y he venido al mundo” (Juan 18:37). Y también en Apocalipsis, Juan vio que Cristo tenía estos nombres escritos en sus vestidos y muslo: “Rey de reyes y Señor de señores” (19:16). Natanael, probablemente, estaba mirando a Jesús como ese Rey prometido que restauraría el reino de Israel, pero, más tarde, luego de su resurrección, la teología y la escatología imperfecta del principio, se nutriría con la verdad de que el reinado de Cristo, en esta etapa escatológica, sería de índole espiritual, no sobre el Israel según la carne, sino sobre el Israel espiritual. Jesús es Rey sobre su pueblo y gobierna victorioso sobre los creyentes. Pero a pesar de la deficiencia en el conocimiento escatológico, esto no fue obstáculo para que Natanael fuese salvo, así como las diferencias en la interpretación de esta doctrina no debe ser motivo para descalificar a nadie que ha sido aceptado por Cristo.
Recompensas de la fe en Cristo
En recompensa por esas declaraciones de fe de Natanael, Jesús le hace una promesa: “Respondió Jesús y le dijo: ¿Porque te dije que te vi debajo de la higuera, tú crees? Cosas mayores que éstas verás” (v. 50). La fe en Jesús es el canal que Dios usa para recibir la salvación. Esta fe, que es don de Dios, produce convicción y atracción cuando se ha visto al Cordero de Dios. No importa si aún no se comprenden todas las cosas, o no se tiene el conocimiento pleno de las doctrinas de la fe cristiana, pero, en el instante en el cual el alma se aferra en fe a Cristo, todas las promesas del Evangelio le son dadas y aseguradas. Por lo tanto, Natanael vería, junto con los demás creyentes, cosas grandes, misteriosas y profundas que no se imaginaban. Las cosas mayores que ellos verían incluyen los milagros de Cristo, pero de manera especial, su resurrección. “Quienes, con corazón sincero, creen en el Evangelio, verán crecer y multiplicarse para ellos las evidencias de su fe”[4].
Esta promesa es segura porque Jesús la confirma con una expresión que será común en el resto del Evangelio de Juan: “De cierto, de cierto os digo”. Esta expresión, “Amén, Amén os digo”, es una manera judía, en arameo, de confirmar algo que se dice, de anunciar que es totalmente verdadero, que debe ser escuchado con mucha atención. Repetir algo dos veces era una forma de enfatizar alguna frase o declaración. La palabra Amén significaba verdadero, fiel, cierto; denotaba una aseveración solemne, casi un juramento. De esta voz proceden palabras como: arquitecto, fe, fiel, columna, verdad.
Jesús, siendo Dios, tiene la perfección o el atributo de la verdad y la fidelidad; cuando él usa el Amén, Amén también está denotando la autoridad que tienen sus palabras, es decir, todos deben escuchar sus palabras porque contienen vida para el ser humano. Esa es la razón por la cual en Apocalipsis Cristo mismo dice de sí: “Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero” (3:14). Sus palabras son fieles y verdaderas, pero a pesar de esto, en algunas ocasiones él enfatizó la seguridad de sus promesas y palabras diciendo “Amén, Amén”, pues, “Todas las promesas de Dios son en él Si, y en él Amén, por  medio de nosotros para la gloria de Dios” (2 Cor. 1:20). Los judíos, así como nosotros, solían usar el Amén al final de las oraciones, pero Cristo las usa al principio, denotando que él es el verdadero Amén. Que el evangelio es la verdad autoritativa para la salvación del hombre caído en miseria a causa del pecado.
De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del hombre” (v. 51). Estas cosas grandes que ellos verán, no solo Natanael (os digo, plural), se relacionan con el cumplimiento de las promesas Antiguotestamentarias, es decir, la llegada gloriosa del Mesías y su obra perfecta, tipificada, de manera especial, por la escalera de Jacob, esa escalera que él vio en un sueño, mientras dormía recostado sobre una piedra, huyendo de su hermano Esaú. En esa oportunidad él vio que los ángeles de Dios descendían a la tierra y ascendían al cielo a través de la escalera. Al final del sueño Dios le hace una promesa: “Y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente”, es decir, Cristo es la escalera que une al cielo con la tierra, y en él, serán benditas todas las familias de la tierra. Personas de todas las naciones y lenguas podrán tener comunión con el cielo a través de la escalera de Jacob: Cristo, el Salvador. Jesús es “el lazo de unión entre Dios y el hombre, Aquel que por medio de su sacrificio reconcilia a Dios con el hombre”[5]. Es por Jesús, y sólo a través de él, que las almas pueden escalar el camino que lleva al cielo.
Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios que suben y bajan sobre el Hijo del Hombre”. El cielo se abrió cuando Jesús fue bautizado (Mt. 3:16), el cielo se abrió para recibirlo en gloria luego de su resurrección, la voz de Dios habló desde el cielo hasta la tierra en varias ocasiones para testificar que Jesús es Su Hijo amado,  los ángeles estuvieron presentes en el nacimiento de Cristo, cuando fue tentado, en el sepulcro y en la resurrección. En Jesús se conectó el cielo con la tierra. Cuando él estuvo en esta tierra hubo mucha actividad angélica, mostrando así que él es el Señor de los cielos, el Señor de los ángeles, el Señor de la tierra y el Señor de la unión entre el cielo y la tierra. Un día los creyentes viviremos para siempre en la presencia de Jesús quien, de manera definitiva, unirá al cielo y la tierra, formando así la morada eterna para los creyentes.
Adicionalmente, Jesús se asigna otro título: Hijo del Hombre, es decir, en él se encuentran Dios y el hombre. Él representa de manera perfecta a la raza humana, él es el verdadero hombre conforme vino de la mano de Dios. En los cielos, hoy día, intercede por los creyentes el Hijo de Dios (Dios de Dios), quien también es Hijo del hombre (verdadero hombre). Este Hijo del hombre reina hoy en los cielos y un día vendrá en gloria para reinar sobre todo el mundo e introducirnos al estado eterno de gloria. Amén.
Aplicaciones:
Amigos, ¿cuáles son sus obstáculos para venir a Cristo? No te quedes con ellos, Cristo es la Verdad y la Vida, ven, míralo, pruébalo; y no saldrás decepcionado. Así no entiendas todo, ven a él y él te dará lo que tu alma necesita.



[1] Barclay, William. Comentario al Nuevo Testamento. Página 390
[2] Hendriksen, William. Página 106
[3] Barclay, William. Comentario al Nuevo Testamento. Página 391
[4] Henry, Matthew. Comentario Bíblico (1 solo tomo). Página 1358
[5] Hendriksen, William. Juan. Página 107

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