jueves, 8 de junio de 2017

Juan 1:19-28 Un poderoso testimonio de un humilde predicador

Un poderoso testimonio de un humilde predicador
Juan 1:19-28
Introducción:
Cuando en la historia humana suceden actos espectaculares que no duran un día, sino varios, la humanidad entera tiende a ser impactada, como cuando hay una guerra en oriente medio y las potencias del mundo envían sus fuerzas militares, y hay lanzamiento de misiles, destrucción de edificios, voladura de pozos petroleros, y esto dura varios días, la humanidad entera es impactada por cierto tiempo.
Juan, en los capítulos 1 y 2 de su evangelio, nos presenta los primeros siete días del ministerio público de Cristo, los cuales son inolvidables para cualquier cristiano; con ellos se marca la era del evangelio, el inicio de la iglesia cristiana, el comienzo de la predicación evangélica.
Así como Moisés presenta la creación en siete días, Juan presenta el inicio del ministerio de Cristo en siete días. Así como en Génesis hay dos secciones de tres días, seguidos de un último día, Juan también hace lo mismo al presentarnos la introducción del Hijo en su ministerio público. Los primeros tres días son marcados por el testimonio de Juan el Bautista respecto al Cristo, luego siguen tres días donde Jesús comparte con sus primeros discípulos, y por último, Juan concluye el séptimo día con la primera señal o milagro de Jesús en las bodas de Caná.
En el pasaje de hoy miraremos lo que sucedió en el primero de esos siete días iniciales del ministerio de Cristo: el testimonio de Juan el Bautista. Realmente Juan el Bautista presenta tres testimonios de Cristo ante tres clases distintas de personas: El primer día, da testimonio de Cristo ante los líderes religiosos de los judíos (1:19-21). El segundo día Juan da testimonio ante otro grupo de personas, probablemente ante los que venían a ser bautizados (1:29-34); y el tercer día, da testimonio ante dos de sus discípulos más cercanos (1:35-40).
Como dijimos anteriormente, Juan, en la introducción o prólogo de su evangelio, adelanta los grandes temas que desarrollará posteriormente; es así como inicia la parte narrativa o histórica mostrando el testimonio que dio Juan el Bautista sobre Cristo. Como ya vimos en la introducción del Evangelio, este testimonio es importante para confirmar que Jesús es el Mesías, el Verbo hecho carne, el Dios humanado. Analicemos esta primera sección con la convicción de que al estudiar un poco sobre el ministerio de este profeta seremos impactados por el Espíritu Santo para crecer en nuestro carácter, en nuestra humildad y en el testimonio cristiano.
Para una mejor comprensión de este pasaje lo dividiremos así:
1. Un testimonio de vida v. 19-20
2. Un testimonio no de sí mismo v. 21-23
3. Un testimonio de Cristo v. 24-28

1. Un testimonio de vida v. 19, 20.Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres? Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo”.
Podemos preguntarnos inicialmente ¿Por qué los líderes religiosos judíos estaban interesados en conocer más sobre Juan el Bautista? Estos líderes vinieron porque habían escuchado muchas cosas sobre el ministerio de Juan. Por cierto, Marcos, el evangelista, escribió: “Bautizaba Juan en el desierto, y predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados. Y salían a él toda la provincia de Judea, y todos los de Jerusalén; y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados” (1:4-5). Indudablemente, el testimonio cristiano que Juan da a esta delegación de altos dignatarios del templo en Jerusalén, es el resultado del conocimiento que ellos tenían de su vida y ministerio. La vida de Juan intrigaba a estos líderes, la labor que él hacía, la vida austera, el mensaje que predicaba, la verdad que proclamaba y la santidad de vida; todo esto se conjugaba en Juan convirtiéndolo en un personaje del cual se debía conocer más.
Su testimonio de Cristo inicia con un testimonio de vida. Como dijo Agustín “Tan grande fue la excelencia de Juan que los hombres llegaron a pensar que él era el Cristo”[1]. Al parecer, muchos judíos, los cuales acudían a escuchar a Juan y se convirtieron en sus discípulos, llegaron a pesar que un hombre con esta calidad de testimonio de vida debía ser el Mesías o el Cristo, tanto tiempo esperado. El Mesías debía ser un hombre santo, desprendido de los atractivos del mundo, y fiel a la Palabra de Dios. Es por esa razón que cuando la delegación de sacerdotes le pregunta “¿quién eres?”, lo primero que él responde es: “Yo no soy el Cristo”. Qué respuesta tan clara.
Muchos de los seguidores de Juan pensaban que posiblemente él era el Cristo: “Como el pueblo estaba en expectativa, preguntándose todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo” (Luc. 3:15).  Por lo tanto, es posible que muchos le hayan dicho: Mira, tienes todas las credenciales: Tu nacimiento fue un milagro, pues, tu madre era anciana y estéril, tu padre recibió una visión celestial donde se le anunció que tú nacerías y serías lleno del Espíritu Santo desde el vientre de tu madre, la gente te sigue, los sacerdotes quieren conocerte y te respetan más que a tu primo Jesús, pues, por lo menos, tu vienes de una familia sacerdotal, tu predicación produce arrepentimiento y muchos son bautizados; todos te tienen como un gran profeta. ¿Qué esperas para proclamarte el Mesías? Más Juan era consciente de lo que no era él, por eso el texto dice enfáticamente (tal y como fue redactado en griego): “Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo”.
Cuánta tentación tienen los ministros y predicadores cristianos de pensar más allá de lo que son a causa de la admiración y presión de la gente que los sigue. Quiera el Señor librar a sus verdaderos ministros de pensar más allá de lo que deben de sí mismos: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura” (Ro. 12:3).
 2. Un testimonio no de sí mismo v. 21-23.Y le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el Profeta? Y respondió: No. Le dijeron: ¿Pues quién eres? Para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? Y dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”.
En la respuesta de Juan el Bautista encontramos un segundo elemento muy  importante para cuando damos testimonio: éste no debe centrarse en nosotros, sino sólo en Cristo. Juan sabía que él no tenía el poder para salvar a nadie, por lo tanto, él quiso quitar la mirada puesta en él. Yo no soy el Cristo, yo no soy grande (aunque Jesús dijo que era el hombre más grande de su tiempo), yo no soy Elías (aunque él era el hombre que vino con el poder y el espíritu de Elías), yo no soy el profeta (aunque era un profeta).
Los judíos se basaban en algunas profecías del Antiguo Testamento para llegar a la conclusión escatológica de que Elías, el profeta que fue llevado sin pasar por la muerte al cielo, volvería en persona antes de la venida del Mesías para preparar al pueblo (Mal. 4:5); esa es la razón por la cual le preguntan: “¿Eres tú Elías?”, es decir, si tú no eres el Cristo, entonces debes pensar que, por lo mínimo, eres Elías; pero su respuesta también es admirable: “No soy”.
Entre el ministerio de Juan y el de Elías hay un gran parecido, incluso en la forma como vestían y en lo que comían: “Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y comía langostas y miel silvestre” (Mr. 1:6); “Y ellos le respondieron: Un varón que tenía vestido de pelo, y ceñía sus lomos con un cinturón de cuero. Entonces él dijo: Es Elías tisbita” (2 Rey. 1:8). El ministerio de los dos se desarrolló en el desierto, y ambos confrontaban a la multitud con el pecado. Así que, los judíos pensaban que Juan no era más que este Elías, quien había vuelto vivo desde el cielo, en cumplimiento de la profecía de Malaquías: “He aquí, yo os envío al profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición” (Mal. 4:5-6).
Ahora, Jesucristo dijo que Juan fue este Elías que muchos esperaban: “Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis recibirlo, él es Aquel Elías que había de venir” (Mt. 11:13-14); “Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del hombre padecerá de ellos. Entonces los judíos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista” (Mt. 17:10-13). Si Jesús dice que Juan fue el Elías prometido como precursor o pregonero de la venida del Mesías, entonces ¿por qué Juan niega ser Elías? Además, el ángel, cuando anunció el nacimiento de Juan dijo de él: “E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Luc. 1:17). ¿Por qué Juan el Bautista niega ser Elías? Porque las profecías anunciaban que el precursor del Mesías vendría en el espíritu de Elías, es decir, con un mensaje y estilo de vida parecidos; más no se trata de Elías en persona. Juan no es una reencarnación de Elías, se parece a él, pero no es él. Eso es lo que Juan responde, yo no soy Elías.
Ahora, Juan pudo haber aprovechado la confusión de la gente para ganar más fama y aceptación ante ellos, diciendo que él si era Elías, y no estaría tan equivocado, pues, él fue ese Elías anunciado en el Antiguo Testamento; pero, he aquí, por qué Cristo dijo de él que era el hombre más grande nacido de mujer: su humildad fue la más grande que se haya dado en el género humano; y entre más humilde, más grande ante Dios: “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Luc. 14:11). La lógica del Reino de Dios es contraria a los principios de grandeza del mundo: Aquellos que se consideran a sí mismos como los más pequeños, insignificantes e improductivos en el Reino de Dios, son los más grandes: “Porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande” (Lc. 9:48).
Aunque Juan el Bautista no aceptó ser reconocido como Elías, si dijo que su ministerio fue para cumplir el papel de Elías: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías” (Juan 1:23). Él vino como un heraldo, el cual representaba al Rey y venía en su nombre para preparar el corazón del pueblo. En tiempos antiguos, cuando los Reyes iban a visitar una zona apartada, enviaban emisarios que alisaran los caminos, que quitaran los obstáculos, y arreglaran todas las cosas para que fuera recibido con los honores más grandes. Juan reconoce que este era su ministerio, preparar a la gente, no para que lo recibieran a él, sino al Cristo, al Mesías, al Rey del mundo. Este es el ministerio de todos los pastores y siervos del Señor, preparar los corazones de los oyentes para que reciban a Cristo, para que lo adoren y le sigan. El ministerio pastoral no es para buscar gloria personal o para que la gente nos siga como si nosotros fuéramos salvadores.
Es interesante notar que en las primeras tres preguntas, Juan responde con un “No soy”, pero en el verso 23 responde con un “Yo soy”. En los “no soy” negó ser el Mesías, Elías o el Profeta; pero cuando sí afirme lo que es, solamente dice: Yo soy la voz de uno que clama. Cuánta humildad, ni siquiera quería que su nombre se conociera. Él no dijo: Yo soy Juan, solo dijo, soy la voz de alguien que clama.
Los sacerdotes luego le preguntaron: “¿Eres tú el profeta?” y la respuesta fue igual: “No”. “El profeta” hace referencia a la promesa que Dios hizo a través de Moisés, cuando dijo: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis” (Deut. 18:15). Esta es una clara profecía relacionada con el Mesías, él es ese profeta como Moisés que se levantaría y proclamaría el claro mensaje del evangelio. El apóstol Pedro, en su discurso de Hechos 3, dice que este profeta anunciado por Moisés es Cristo (Hch. 3:22); por lo tanto, Juan el Bautista está en lo correcto cuando dice “No, yo no soy el profeta”. Juan sí era un profeta, pues, Cristo mismo lo confirma en varios lugares, pero él no era “el” profeta, lo cual es una clara referencia a un profeta especial, a uno que sobresale, a uno que está por encima de los demás; es decir, Cristo.
Recordemos que el pueblo de Israel llevaba varios siglos bajo la opresión de los griegos y luego de los romanos. Ellos anhelaban la llegada del Mesías, el cual, según su interpretación escatológica, vendría y los libraría de los opresores, estableciendo un reinado de paz y prosperidad con el trono en Jerusalén. Eran muchos los vientos de expectación de la llegada de esta era dorada. Los judíos estaban mirando de dónde vendría esa liberación soñada; así que Juan se convierte en esa esperanza. Israel llevaba más de 400 años sin testimonio profético, el Dios silente no había enviado mensaje alguno; y de repente aparece Juan el Bautista con un mensaje y estilo de vida profético. ¡Cuánta expectación producía él!
 Ahora, esto no es de extrañar, pues, el mundo, sin Dios, está perdido, confundido, esclavizados por el pecado y Satanás. Cualquier expectativa de liberación y felicidad es anhelada. Esto es lo que debe producir entre los inconversos la vida piadosa de los creyentes. Ellos deben acercarse a nosotros y preguntarnos ¿por qué eres diferente? ¿Qué es aquella cosa especial que tú tienes? ¿Podré tenerla también? Pero esto podrá ser si vivimos como Juan el Bautista y obedecemos la exhortación de Pedro: “Manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras” (1 P. 2:12).
3. Un testimonio de Cristo v. 24-28.Y los que habían sido enviados eran de los fariseos. Y le preguntaron, y le dijeron: ¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta? Juan le respondió diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Éste es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado. Estas cosas sucedieron en Betábara, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando”.
 Los fariseos, siendo el partido religioso más conservador y fiel a la tradición judía, estaban interesados en conocer quién era Juan. No sabemos si ellos tenían un real interés en escuchar el testimonio de Juan, pero, al menos, querían conocer más sobre su ministerio, especialmente, con qué autoridad predicaba y bautizada. Además, ellos debían llevar un reporte a los máximos jerarcas religiosos. No querían tener sorpresas y tampoco permitir que se levantaran nuevos hombres con tintes mesiánicos, los cuales pondrían en riesgo la pax romana de la cual disfrutaban.
Ante la insistente pregunta de los fariseos sobre su identidad, y por qué bautizaba, pues,  esto era sólo una función de los líderes autorizados, y en especial, sería algo que haría el Mesías, ya que Zacarías había profetizado: “En aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia” (Zac. 13:1); Juan responde, pero no centrándose en él sino en Cristo, pues, todo su ministerio era en dependencia de Él:  “Yo bautizo con agua, más en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis”, es decir, mi bautismo es sólo externo, usando agua que no puede limpiar los corazones; pero en medio de ustedes está uno que pronto se manifestará, el cual es superior a mí, y en cuyo nombre vengo bautizando; éste tiene el derecho a bautizar, no con agua externa, sino con Su Espíritu para la limpieza del corazón.
Aquí encontramos el tercer y más importante elemento de nuestro testimonio: Hablar de Cristo. No sólo debemos vivir en piedad, no sólo debemos negarnos a nosotros mismos no buscando ser el centro de las miradas de los hombres, sino que el testimonio, para que sea completo y eficaz debe mover la mirada de los que nos escuchan hacia Cristo. Mi vida de piedad no salvará a nadie, la negación y humildad propia tampoco, sólo Cristo y su evangelio pueden dar salvación.
Esto es lo que hace ahora Juan el Bautista, lleva a estos fariseos y todos los que le escuchan a que fijen sus expectativas en Aquel que “que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado” (v. 27). Juan dice: “No me pregunten por mi ministerio, ni por lo que hago o lo que soy; solo hay una persona que ustedes deben conocer y bastará para todo, ese es Jesús. No se interesen tanto por mi persona, yo solo les puedo bautizar con agua, pero Jesús, él, te bautizará con el Espíritu Santo, limpiará tu alma, te convertirá en hijo de Dios, te reconciliará con él, te dará la luz y la vida eterna. No pregunten por mí, pregunten por Él”. Es como si Juan dijera: “Yo solo soy la voz, pero Él es el Verbo. Aunque él dijo que yo soy el hombre más grande nacido de mujer, ante Dios y comparado con él soy tan pequeño, que ni siquiera tengo la dignidad de hacer la labor del esclavo más insignificante, es decir, de soltarle los cordones de sus sandalias; por lo tanto, no me miren a mí, mírenlo a Él. Él es el Admirable, Dios con nosotros, Emmanuel, el Salvador, el Redentor”.
Cuánto podemos aprender del testimonio de Juan el Bautista en esta era tecnológica y digital donde el ministerio de muchos excelentes predicadores puede ser conocido mundialmente. Esto es una bendición, pues, ha servido para que la doctrina bíblica se extienda por todas partes, pero a la misma vez es un problema, porque las personas terminan, no conociendo o buscando a Jesús, sino a los predicadores más reconocidos. Juan dice: no me miren a mí, miren a Cristo; y Jesús dice: Escudriñad las Escrituras porque ellas son las que dan testimonio de mí; pero el cristiano de hoy dice: mejor escuchemos a este predicador que tiene mucha fama, o a este reverendo que enseña tan bien, o a este pastor que tiene una iglesia muy grande;  y el resultado de no conocer personalmente a Jesús es que no lo tenemos a él, no somos como él y no le amamos a él. Hemos conocido de muchos jóvenes y personas que pueden recitar todas las predicaciones que se encuentran en YouTube de algunos buenos predicadores, pero no conocen la Biblia de manera personal; y el resultado de esto es una vida cristiana mediocre, débil frente al pecado, inestable espiritualmente.
Aplicaciones:
Un testimonio efectivo de Jesús empieza con un testimonio de vida. Hay un dicho que dice: “Los hechos hablan más fuerte que las palabras”. Muchos pretender ser testigos de Cristo y proclaman por doquier el Evangelio, pero su testimonio de vida diciente de lo que es Cristo, pues, viven y actúan como impíos. Aunque todos tenemos la responsabilidad de proclamar el evangelio con nuestra voz y testimonio verbal, no nos olvidemos que esto será efectivo sólo en la medida en que, como Juan el Bautista, tengamos un testimonio de vida. Esto es tan importante, que Pedro, enseñándole a las esposas que tienen maridos inconversos les dice: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas” (1 P. 3:1).  
Algunos creyentes no saben cómo dar testimonio de Cristo o cómo iniciar este proceso con algunas personas, vecinos, compañeros, amigos, entre otros. Creo que Juan nos ha mostrado cómo se hace esto. ¿Cómo se originó la oportunidad para que Juan el Bautista diera testimonio de Cristo? Llevando una vida piadosa. El testimonio de Cristo inicia con la manera en que vives. Como dijo Martyn Lloyd-Jones: “El primer gran paso en el evangelismo es que nosotros podamos empezar con nosotros mismos y lleguemos a santificarnos… Cuando el hombre del mundo ve que tú y yo tenemos algo que ellos obviamente no tienen, cuando ellos nos encuentran calmados y quietos cuando estamos enfermos; cuando él encuentra que nosotros podemos sonreír en la cara de la muerte: cuando él encuentra que nosotros somos gente aplomada, balanceada, ecuánimes y amorosos… él comenzará a darse cuenta. Él dirá “Ese hombre tiene algo”, y él empezará a inquirir qué es. Y él también lo querrá”[2]. Vivimos en un tiempo donde la falsa cristiandad que pulula por doquier ha causado que la gente no quiera recibir de nosotros el evangelio, pero, si viviéramos la vida piadosa que la Biblia nos manda, numerosas oportunidades de evangelismo saldrían cada día. El gran problema de la cristiandad de hoy es que tiene muchas cosas que decir, pero poco que mostrar.
La psicología mundana del desarrollo humano nos lleva a cultivar un espíritu de auto-enaltecimiento. Vivimos en la cultura del mercadeo, donde todos intentan venderse a los demás. Pero la cultura cristiana es distinta, en el Reino de Dios el que quiera ser el más  grande debe ser el más pequeño. El verdadero cristiano cultiva el mismo espíritu que caracterizó a Juan el Bautista. No buscamos la alabanza de los hombres, ni nosotros mismos nos damos gloria o reconocimientos por cuán bueno somos, cuán inteligente, cuán bien nos va en la empresa o en los estudios, cuan buen esposo o esposa es, cuán hijo obediente es, o cuán santo, o cuan bien canto, o cuán delicioso cocino los alimentos; es decir, el verdadero creyente cultiva un espíritu de humildad tal, que en vez de sentirse cómodo con lo que es, siempre es consciente de la imperfección que le acompaña; y si alguien viene a él a admirarlo por algo, su respuesta siempre será: La gloria sea para el Señor, aún soy tan imperfecto que si algo bueno sale de mí, es solo por su gracia. Cuán contrario es el espíritu mundano, donde las personas se jactan y alaban a sí mismos, contrario al sabio consejo de Proverbios: “Alábate el extraño, y no tu propia boca; el ajeno, y no los labios tuyos” (Prov. 27:2). Y cuando te alaben, da la gloria a Dios, y reconoce tu propia imperfección, si haces eso, serás grande en el Reino de Dios.



[1] Philips, Ricchard. John, Volume I. Citando a San Agustín. Página 76. Traducción: Julio C. Benítez
[2] Philips, Richard. John. Volume I. Página 77. Citando al Dr. Lloyd-Jones. Traducción: Julio C. Benítez

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