lunes, 7 de septiembre de 2015

La gloria del Verbo testificada. Juan 1:6-13

Un prólogo sublime. El Verbo: Desde Su eternidad hasta Palestina
Juan 1:1-18
La gloria del Verbo Testificada (6-13)
Por Julio C. Benítez
(Pastor en la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín)
Aunque el cielo, la tierra y toda la creación dan testimonio de la existencia de un Creador; y todo ser humano solo con levantar la mirada puede exclamar “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1); no obstante, las cosas creadas no son una revelación suficiente para que el hombre pueda conocer la obra de Redención que Dios efectuó con el fin  de rescatarlo de las densas tinieblas de muerte en las que se hundió a causa de su propio pecado y malvada obstinación.
Para ello el Verbo se manifestó como Luz reveladora de la gracia de Dios a través de los profetas y escritores del Antiguo Testamento. Toda la profecía no era más que la revelación de Jesús, el Verbo o la Palabra de Dios. Él estuvo presente en medio de su pueblo antes de la encarnación, pues, él es eterno: “Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó” (Juan 8:56); “Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:58).
Más, el Dios eterno, quien está interesado en revelarse salvadoramente al hombre muerto en sus delitos y pecados; envió a su Hijo eterno al mundo, en forma física y visible, para que mostrara al hombre de manera concreta quién es Dios, cuál es su plan de salvación y ofreciera el rescate por sus pecados. Pero, a pesar de que el Verbo se humanó, y Dios caminó en medio de los hombres de manera visible, mostrando a través de sus obras su gran amor y misericordia; la constante del hombre pecador fue rechazar esta Luz redentora.
Por tal razón, a Dios, quien es tan misericordioso y compasivo para con el ser humano, le plació no sólo enviar al Verbo encarnado a la tierra, sino que se valió del testimonio de muchos para preparar el corazón de Su pueblo y recibirlo como el Salvador y el Dios-hombre que irradiaría la luz espiritual, la cual sacaría al ser humano del estado de muerte en que se encontraba, dándole la vida plena y abundante, que es la comunión eterna con Dios.
Hoy Juan nos llevará a ver cómo la multiforme gracia del Señor lo preparó todo para que el hombre tuviera más facilidad en ver la Salvación y el rescate de su alma a través de la obra Redentora de Cristo. Hoy veremos cómo Dios, al revelar su Evangelio, se valió de todo lo necesario para que nadie tuviese excusas delante de su presencia, en caso de que rechace el plan de Salvación efectuado por Jesucristo: La gloria del Verbo fue testificada.
Para una mejor comprensión de estos pasajes lo estructuraremos de la siguiente manera:
a. Portavoz del testimonio
b. El rechazo del testimonio
c. La aceptación del testimonio
Iniciemos con nuestro primer aspecto:
a. Portavoz del testimonio. “Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo”.
Como dijimos en un sermón anterior, el apóstol Juan, en su prólogo o introducción, adelanta los grandes temas que desarrollará en Su Evangelio, y eso es lo que hace en esta sección. Juan nos dirá que Jesús no se quedó sin testimonio. Si alguien lo rechaza, el resultado será muerte eterna, pero este rechazo será en contra de todos los testigos o testimonios fehacientes que Dios dio  a la humanidad para que supieran con certeza que Jesús es el único medio de Salvación.
Para Juan, en su evangelio, el testimonio o los testigos que certifican quién es Cristo, es de trascendental importancia. Y debió ser así, pues, la Biblia misma había enseñado que para certificar algo era necesario contar con la aprobación de dos o tres testigos: “No se tomará en cuenta un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni el cualquier pecado, en relación con cualquiera ofensa cometida. Solo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación” (Deut. 19:15). También Pablo recoge este precepto antiguo-testamentario y lo trae a la Iglesia: “Por boca de dos o tres testigos se decidirá todo asunto” (2 Cor. 13:1). Juan mismo registrará las palabras de Cristo cuando dice: “Y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero” (8:17).
“Los testimonios son necesarios para establecer la veracidad de cualquier hecho. Nosotros aceptamos el testimonio de testigos creíbles, especialmente cuando muchos de ellos coinciden o están de acuerdo. Este es un principio para todo sistema legal. Cuando se dan testimonios creíbles respecto a algo, nosotros estamos moralmente obligados a aceptarlo como una verdad. Esto es exactamente lo que nosotros encontramos en el Evangelio de Juan. Juan nos presenta a muchos testigos de Cristo, lo cual busca constreñirnos para que creamos”[1].
Por lo tanto, Dios, quien no necesita del testimonio extra para certificar que Jesús es lo que dijo ser, movido por la compasión hacia el hombre, actuó como si fuera hombre falible y se valió de varios testimonios para autenticar el Evangelio de salvación; aunque él no necesitaba del testimonio del hombre, se valió del testimonio del más grande que existió en su época: “Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él dio testimonio de la Verdad. Pero yo no recibo testimonio de hombre alguno; mas digo esto, para que vosotros seáis salvos” (Juan 5:33-34).
El testimonio respecto a Cristo busca la salvación de los hombres, y siendo que el propósito de Juan en su evangelio es que sus lectores crean en Cristo y así sean salvos, buscará testimonios para convencer al hombre pecador de su necesidad de Cristo como el único medio de salvación.
Juan presentará varios testimonios fehacientes para demostrar que Jesús es el Hijo de Dios, Dios de Dios, el Salvador del mundo: (1) Juan el Bautista dio testimonio: “El que recibe su testimonio, éste atestigua que Dios es veraz” (3:33); (2) El Padre dio testimonio: “Si yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Otro es el que da testimonio acerca de mí, y sé que el testimonio que da de mí es verdadero” (5:31); (3) Las señales milagrosas dieron testimonio: “Más yo tengo mayor testimonio que el de Juan, porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado” (5:36); (4) la mujer samaritana: “Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: me dijo todo lo que he hecho” (4:39); (5) el hombre que nació ciego: “Entonces él respondió y dijo: Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo” (9:25); (6) las Escrituras dan testimonio: “Escudriñad las Escrituras; porque… ellas son las que dan testimonio de mí” (5:39); (7) Jesús mismo dio testimonio: “Yo soy el que doy testimonio de mí mismo” (8:18); (8) los judíos dieron testimonio: “Y daba testimonio la gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro, y le resucitó de los muertos” (12:17); (9) El Espíritu Santo da testimonio: “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acera de mí” (15:26); (10) los discípulos dan testimonio: “Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (15:27); (11) Juan mismo, el autor del evangelio, da testimonio: “Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice la verdad, para que vosotros también creáis” (19:35).
Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan”. Ahora, el testimonio inicial que nos presentará Juan, no es cualquier testimonio, pues, éste procede de un hombre que fue enviado por Dios. Es decir, de un profeta, y no de cualquier profeta, pues, Cristo dijo de este testimonio: “Os digo que entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista” (Luc. 7:28). El que da este testimonio inicial no es Juan el apóstol, sino Juan el Bautista, aquí llamado solamente Juan, cuyo nombre significa “Jehová ha impartido gracia”[2]. Juan fue reconocido como un profeta que vino de Dios, no sólo por el mensaje de arrepentimiento que impartió, sino por la pureza de vida que le caracterizó. Él no obró milagros, pero tenía un mensaje contundente de arrepentimiento, acompañado de una vida santa: “Y él fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados” (Luc. 3:3).
Juan nació de padres ya ancianos, los cuales no habían podido tener hijos, pero el Señor se le apareció a su padre Zacarías, cuando ministraba como sacerdote en el templo, y le dijo que había escuchado su oración, y su esposa quedaría embarazada. El nacimiento de Juan fue un milagro de Dios. Aún estando en el vientre de su madre fue lleno del Espíritu Santo y vivió su vida bajo el poder de Dios, alejado de los lujos y comodidades del mundo, vistiendo y comiendo con mucha humildad. Recibió un llamado especial de Dios para predicar el bautismo de arrepentimiento y la inminente venida de Cristo al mundo. Él fue comisionado y preparado por Dios para preparar el camino del Señor.
Juan el Bautista es el último profeta del Antiguo Testamento. Antes de su aparición en las tierras de Judea, por más de 400 años, el Dios silente no había enviado profecías al pueblo. Cuatro siglos de silencio profético presagiaban que vendría una gran profecía final, la cual se dio con Juan el Bautista. Él vino por testimonio, es decir, no como un testigo, sino como testimonio de lo que los profetas antiguo-testamentarios habían anunciado y esperado respecto a la gran promesa de Génesis 3:15, de que Dios enviaría a la simiente de la mujer para derrotar a Satanás y garantizar la salvación de los hombres. Juan el Bautista condensa la labor y mensaje de todos los profetas que Dios había enviado al pueblo desde el comienzo del mundo. Pedro confirma esto al declarar que la labor profética siempre tuvo como objetivo que todos creyeran en el Mesías-Redentor, él, hablando de Cristo, dijo: “De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hch. 10:43).
La presencia del Bautista en las tierras de Judea, previo a la revelación pública del Mesías y como el último profeta del Antiguo Testamento, preparando el camino para que los judíos recibieran al Salvador, significaba que toda la profecía que Dios había dado durante la historia del pueblo de Dios no era más que una preparación para que el mundo recibiera al Verbo-Redentor. Juan el Bautista representa a todos los profetas y santos del Antiguo Testamento. Es como si en él se encarnaran todos los profetas, y cuando él hablaba, hablaba el Antiguo Testamento diciendo: Éste es Aquel que estábamos esperando para la redención de Israel. Éste es la simiente de la mujer, Éste es el Salvador de la humanidad. Acudan a él y crean en Él.
Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él”. La luz se refiere a Cristo, como ya lo aprendimos en los versos 4 y 5. Jesús es la luz del mundo que brilla para dar vida y salvación a todo el que cree en él; y Juan vino como testimonio de que Jesús es esa luz, y no hay otro más. “La luz es algo que testifica por sí misma. La Luz de Cristo no necesita el testimonio de ningún hombre, pero sí lo necesitan las tinieblas del mundo. Juan era como el vigilante de noche, que ronda las calles del lugar y proclama el despuntar del alba a los que tienen los ojos cerrados por el sueño[3].
Ahora, cuál era el propósito del testimonio de Juan el Bautista: “a fin de que todos creyesen por él”. Juan no era el objeto de la fe, los hombres no debían poner su mirada en él, sino en Aquel a quien él estaba señalando: “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Los que dan testimonio no buscan que la mirada se enfoque en ellos, sino en aquello a lo cual apuntan. “La luz estaba resplandeciendo, y los hombres, ciegos a ella, no la veían (Jn. 1:26), cegados aún por el dios de este mundo (2 Cor. 4:4). Juan tuvo sus propios ojos abiertos de modo que vio, y contó lo que había visto. Esta es la misión de cada predicador de Cristo. Pero primero tiene que tener sus propios ojos abiertos”[4]. Juan podía dar un testimonio competente de lo que él mismo había oído, visto y experimentado; y su mensaje, acompañado del bautismo, tenía un solo fin: que todos los hombres creyeran en Jesús.
¿A qué se refiere el autor con la expresión “a fin de que todos creyesen en él”? Se pueden dar varias interpretaciones: que todos los hombres del mundo puedan creer, que los elegidos puedan creer. Realmente aquí no debe haber problemas de interpretación. La misión de un evangelista o predicador es anunciar el evangelio con el fin de que todos los que le escuchen acepten el evangelio, crean en Cristo y sean salvos. Nosotros no sabemos quiénes son los elegidos ni quiénes creerán, por lo tanto, debemos predicar el evangelio de tal manera y con tal fervor, como si todos los que nos escuchan fuesen elegidos para salvación: “que prediques la Palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Ti. 4:2); “Pero Dios… ahora mando a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hch. 17:30); “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Cor. 5:20). El testimonio de Juan el Bautista respecto a Cristo, y el testimonio de todos los predicadores bíblicos, tiene como fin que la gente crea en él para salvación. ¡Bendita misión la que Dios nos ha dado! Que a través de torpes mortales Dios se plazca llamar a los hombres al arrepentimiento y la conversión.
No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz”. ¿Por qué Juan da esta aclaración? ¿Acaso no es obvio que Juan el Bautista no era más que un mero hombre enviado por Dios? Luego de más de 20 siglos es posible que nadie se sienta tentado a poner una confianza desmesurada en Juan, pero al principio no fue así. Recordemos que Juan el Bautista tenía sus propios discípulos, y éstos llevaron el mensaje de Juan por muchos lugares. Por ejemplo, en Éfeso encontramos a un predicador llamado Apolos, el cual era un discípulo de la escuela de Juan el Bautista: “Este había sido instruido en el camino del Señor; y siendo de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor, aunque solamente conocía el bautismo de Juan” (Hch. 18:25); otro ejemplo es un grupo de discípulos, también en Éfeso, los cuales solamente habían sido bautizados con el bautismo de Juan: “Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan” (Hch. 19:3). Al parecer, algunas personas que fueron llevadas al arrepentimiento por medio del ministerio de Juan pensaban que todo llegaba hasta allí, que debían quedarse sólo con Juan, y no miraron hacia Aquel a quien apuntaba su testimonio. Es por eso que Pablo tiene que decirles a estos discípulos del bautista: “Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en Aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo” (Hch. 19:4).
Juan el Bautista no era la luz, y él mismo testificó eso. En el verso 15 encontraremos al bautista diciendo: “Este es de quien yo decía: el que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo”. No hay dudas, Juan fue el profeta más grande, el hombre más grande nacido de mujer, una lumbrera, una estrella; pero él no era el Sol. Él brilló mucho y Dios bendijo su ministerio, mucho más de lo que uno piensa, pues, su mensaje fue llevado por sus discípulos a tierras muy lejanas; pero él no era el objeto de la fe, él sólo era un testigo de la Luz. Cuando en la noche vemos a la luna llena iluminar a la tierra, no debemos olvidar que esa luz no es de ella, es solo el reflejo de la fuente de la luz, el sol. Juan el Bautista y todos los predicadores del Evangelio no son más que testigos del Salvador. La fe, la confianza y la dependencia no pueden ser puestas en ningún medio, sino solo en Aquel de quien ellos hablan, es decir, en Cristo.
A pesar de que Juan mismo dijo que él no era el Cristo, que él era sólo un mensajero que estaba preparando el camino para la aparición pública del Mesías, muchos se quedaron con su mensaje, pero no siguieron al Salvador. Cuánto cuidado debemos tener los predicadores en instruir a la gente para que no pongan su mirada en nosotros. Esta tendencia sectaria de seguir a los hombres usados por Dios y convertirlos en algo parecido a Cristo no es nueva, ha estado siempre presente dentro del pueblo de Dios, pero es un mal en el cual los predicadores tenemos mucha responsabilidad, pues, amamos que los hombres nos admiren y sigan, cuando en vez de eso, siempre debemos estar afirmando: sólo soy un mensajero del Señor, solo soy un hombre redimido, miremos todos al Salvador.

Aplicaciones:
- Hoy hemos aprendido que Juan el Bautista fue el profeta más grande que ha pisado esta tierra. Fue una antorcha que alumbrada mostrando el camino del Señor, y Dios bendijo abundantemente su ministerio, pero “siempre que el evangelista habla del Bautista en términos muy elogiosos, muestra su interés por poner a Cristo en un lugar mucho más elevado. Juan era grande como el profeta del Altísimo, pero no era el Altísimo. Hemos de cuidarnos mucho, lo mismo de sobrevalorar a los ministros de Cristo que de infravalorarlos, no son nuestros señores, sino servidores por medio de los cuales hemos creído y somos edificados. Quienes usurpan el honor debido a Cristo, renuncian al honor de ser fieles siervos de Cristo. Juan era muy útil como testigo de la luz, aun cuando no era él la luz. Siempre son de gran provecho los ministros que saben brillar con la luz prestada del Señor”[5]. Amamos a los ministros fieles que nos predican el evangelio, pero amamos mucho más al Salvador.
- Los ministros cristianos “tienen la misión de dar testimonio de la verdad de Dios, y especialmente de la gran verdad de que Cristo es el único Salvador y la luz del mundo. A menos que un ministro cristiano dé un testimonio pleno de Cristo, no es fiel para hacer su trabajo. En la medida que testifica de Cristo, ha hecho su parte y recibirá su recompensa, aunque sus oyentes no crean su testimonio. El gran fin del testimonio del ministro es que, por medio de él, los hombres lleguen a creer[6]. No hay un honor más grande que se le pueda dar a un ministro del evangelio, que por medio de su predicación muchos puedan creer en el Salvador.
- Quiera el Señor levantar a más profetas de la clase de Juan, no de esa clase de falsos profetas que se levantan hoy día diciendo que están llenos del Espíritu, pero no tienen el testimonio del Espíritu, ni dan testimonio de Cristo, ni hablan del arrepentimiento, ni declaran la Ley santa de Dios; los profetas verdaderos son de la misma estirpe de Juan; no aman los lujos ni la gloria mundana; no buscan que su nombre resplandezca, ni permiten que los hombres se sobrepasen en la estima hacia su ministerio. ¡Cuánto necesitamos que hoy día la iglesia y el mundo puedan ver estos humildes pero poderosos ministerios, centrados en Cristo y en Su gloria! Apreciado hermano que anhelas el ministerio, ¿cuáles son las motivaciones para ello? ¿Quieres que otros te escuchen y te vean? ¿Quieres recibir reconocimientos? ¿Amas los puestos de honor? Quiera Dios que en ti opere el mismo espíritu que obró en Juan el Bautista, llevándote a ser humilde en el servicio que rindes al Salvador.
- Ya hemos visto a los muchos testigos que Juan presenta para autenticar que Cristo es el Salvador del mundo, y así muchos puedan creer en él. Pero, además de los ministros, hay otro testigo, y ese eres tú. Tu testimonio de Cristo también es un instrumento para la conversión de muchos. El mismo mandato que Cristo le dio a los discípulos es para todos nosotros: “Como tú me enviaste al mundo, así yo os he enviado al mundo” (Juan 17:18).





Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” (v. 9). Jesús es la luz verdadera, en contraste con: las falas luces que alumbraron antes que él, pero condujeron a los hombres, no hacia el puerto seguro, sino hacia los escollos, hacia el abismo y la destrucción. Sólo Jesús es la luz del mundo, como ya lo hemos estudiado en el prólogo. Nadie más puede ser la luz espiritual, nadie más puede mostrarnos al Padre; por lo tanto





[1] Philips, Richard. John. Volume I. Página 27 (Traducción libre por Julio C. Benítez).
[2] Henry, Matthew. Comentario Bíblico en un solo tomo. Página 1351
[3] Henry, Matthew. Comentario Bíblico en un solo tomo. Página 1351
[4] Robertson, A. T. Comentario al texto griego del Nuevo Testamento. Página 198
[5] Henry, Matthew. Comentario bíblico en un solo tomo. Página 1352
[6] Ryle, J. C. Meditaciones sobre los evangelios: Juan 1-6. Página 37-38

El Verbo como Vida y Luz. Juan 1:4-5

Un prólogo sublime. El Verbo: Desde Su eternidad hasta Palestina
Juan 1:1-18
Por Julio C. Benítez
(Pastor en la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín)
3. La gloria del Verbo como vida y luz. V. 4-9
Una de las cosas más espectaculares que debió suceder en los seis días de la creación fue cuando, en medio de la oscuridad que yacía sobre la tierra informe y el cosmos vacío, se escuchó la tronante y retumbante voz de Dios, quien dijo: “Sea la luz” y la luz fue hecha. Eso debió ser como la explosión de millones y millones de bombas atómicas, estallando en todo lugar de la inmensa creación. Esto debió ser lo que ocasionó ese impacto cósmico que confunde a los científicos, a lo cual ellos le llaman Big-Bang. El primer día de la creación Dios hace la luz porque Él quería revelar sus poderosas obras. La creación es la primera revelación que Dios hace de sí mismo, de su Triunidad, de Su poder y de sus planes para con el hombre. La luz es la gran belleza y la gran bendición en el Universo. Sin ella no pudiéramos contemplar la hermosura de las flores, la inmensidad de las montañas, la profundidad de los mares, la blancura de la nieve, el verde de los bosques, las tupidas llanuras y praderas, las coloridas flores que llenan de diversidad los valles y colinas, la cristalina agua que corre silenciosa por las vigorizantes quebradas, las gotas del rocío que penden con su brillo en las misteriosas telarañas, el brillo de la distante estrella que acompaña al concierto universal de luz y resplandor en medio de la oscura noche que sirve de telón para reflejar las luminarias mayores y menores, las constelaciones y el sistema enmarañado de luces y fulgor.
Por todas partes Dios puso su luz y le permite a los seres creados contemplar sus preciosos atributos manifestados en las obras de la creación. ¡Bendita luz que permite a hombres y ángeles mirar un atisbo de la gloria inconmensurable que es esencia del Creador!
Pero esta luz que Dios creó con el poder de Su palabra, es decir, por medio del Verbo, para iluminar a la creación; era una manifestación y declaración de que el Dios de los cielos quería irradiar con su luz espiritual en las almas de los hombres. Más el género humano se apartó del Creador, lo hicieron a un lado y quisieron vivir conforme sus caprichos pecaminosos lo guiaran. Cuando Adán pecó y esta naturaleza de maldad fue transmitida a los hombres, el resultado fue ceguera espiritual, oscuridad mental y muerte. La muerte vino a ser señor y terror sobre los hombres. Aquel que fue creado para gozarse en Dios y vivir para Su gloria para siempre, ahora vive en la más mísera oscuridad, entregado a la denigrante esclavitud del pecado, sometido al imperio de la oscura muerte y las tinieblas donde mora Satanás; ahora no puede pensar y razonar conforme a la luz espiritual que le fue dada, sino que ha distorsionado todas las cosas. La oscuridad moral es tal que a lo bueno le llama malo y a lo malo bueno.
El apóstol Juan, en la introducción o prólogo de su Evangelio, nos presenta las grandes verdades que mostrará de Jesús y Su evangelio a través de las señales y discursos que el Espíritu Santo le inspiró para que seleccionara y dejara por escrito. Dos de las más grandes verdades que resaltará en su evangelio son: El Verbo como vida y luz. El Evangelio es la respuesta divina a la necesidad más trascendental del hombre: tener vida plena y abundante para que pueda vivir para la gloria de su Creador. El hombre está muerto en delitos y pecados, por lo tanto lo que más necesita es vida, no la mera existencia, sino la verdadera vida que sólo puede obtenerse por medio de la fe en Jesucristo: ““30. Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. 31. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20).
Hoy veremos al Verbo Eterno y Creador como el Verbo de la vida y la Luz. Él no es sólo el Señor de la creación, sino el Señor de la vida y el Señor de la luz.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.” (Juan 1:4-5).
Para una mejor comprensión del texto lo estructuraremos de la siguiente manera:
a. La gloria de la Vida  residía en el Verbo v.4a
b. La gloria de la Luz fue manifestada por el Verbo v. 4b-5a
c. La gloria de la Luz es rechazada por el mundo pecador v.5b

a. La gloria de la Vida residía en el Verbo.En él estaba la vida”. V. 4. Aquí observamos que Juan pone en estrecha y dependiente relación a la vida y la luz. El Verbo es recipiente de la vida, y esta vida es la luz de los hombres. Esta primera declaración denota que en el Verbo, durante toda la eternidad y toda la dispensación del Antiguo Testamento, residía la vida. ¿Qué clase de vida reposaba en el Verbo? Los comentaristas bíblicos difieren en sus opiniones: unos dicen que se trataba de la vida física, y otros, de la vida espiritual.
Al estudiar el resto del Evangelio se hace evidente que la vida, primariamente, se refiere a lo espiritual. Cristo vino para dar vida, y esta declaración está enfocada esencialmente en la vida eterna. Ahora, siendo que el Verbo es Creador, indudablemente, Juan incluye en la “vida” no solo la espiritual, sino toda clase de vida. El Verbo es el manantial de la vida, física o espiritual, todo depende de él para existir, nada puede ser sin él. Esta fue la declaración que ya hizo Juan en el verso anterior: “y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” y Pablo dijo “y todas las cosas en él subsisten” (Col. 1:17). La vida de un poderoso arcángel y la vida de una débil mariposa dependen de él. ¡Ese es nuestro Salvador!
No obstante, el enfoque principal de Juan es mostrarnos al Verbo como Aquel en quien reside la vida espiritual. Él viene a mostrarnos (como Luz) en qué consiste la verdadera vida. Hay personas que existen, pero no tienen vida en el sentido espiritual. Ya en el verso 1 Juan dijo que el Verbo era con Dios, durante toda la eternidad. Dios el Padre es la fuente de toda vida, él lo genera todo. Por lo tanto, la vida espiritual consiste en tener comunión estrecha con Dios. “De todo esto parece evidente que el término se refiere básicamente  a la plenitud de la esencia de Dios, a sus gloriosos atributos: santidad, verdad (conocimiento, sabiduría, veracidad), amor, omnipotencia, soberanía.[1]
Recordemos que Juan está introduciendo al Verbo en la escena terrena, empezó con él en la eternidad, luego en la creación, y ahora lo está preparando para la vida terrena. El Verbo eterno fue introducido en lo temporal y en lo mortal, y este Verbo encarnado vino para dar y mostrar al hombre lo que es la verdadera vida. Por esa razón Juan nos presentará a Jesús dando afirmaciones como éstas: “Padre…, glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste, y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:1-3). Creo que este pasaje es el mejor comentario para los versos que estamos estudiando. Jesús y el Padre son dadores de vida, en ellos reposa la vida eterna, el hombre puede tener esta vida si conoce al Padre a través de Jesús. Jesús revela al Padre y con ello nos concede tener comunión con la Divinidad, y sólo en esta comunión podemos disfrutar la vida eterna, la cual nos es impartida por el Padre a través de Jesús.
Juan nos presentará a Jesús afirmando muchas veces que si los hombres creen en él tendrán la vida eterna, que él les da el agua que salta para vida eterna, él es el pan del cielo del cual todo el que comiere vivirá para siempre, él es la resurrección y la vida, él es la puerta que conduce a la vida, él es el pastor que da su vida por su ovejas para que ellas vivan, él es el Cordero de Dios que muere para quitar la causa de la muerte espiritual: el pecado y su culpa; él tiene palabras que producen vida eterna; en todo esto vemos porqué Juan dice que la vida estaba en el Verbo: él es el dador de la vida eterna, pero no se trata solamente de durabilidad, sino de calidad, pues, vivir por mucho tiempo no puede ser una buena noticia para algunos, mas, vivir plenamente si es una bendición. La vida que da Jesús no sólo no tendrá fin, sino que es plena, completa, gozosa; él lo expresó así: “Yo he venido para tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
Para concluir este punto del pasaje, es necesario decir que la Biblia afirma las siguientes verdades respecto al Verbo como fuente de la vida espiritual: Jesús manifestó la vida eterna a los hombres “pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Tim. 1:10); Él prometió la vida eterna y la seguridad absoluta de salvación a los que creen en él: “y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:28); esta autoridad de dar vida eterna la recibió directamente del Padre: “como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todo los que le diste” (Juan 17:2); porque él es igual al Padre y posee la misma fuente de vida: “Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” (Juan 5:26). Juan, el autor del Evangelio, utilizará la señal de la resurrección de Lázaro para demostrar que efectivamente Jesús es la fuente de la vida, tanto material como espiritual. En dicho escenario él presentará a Jesús diciendo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Juan 11:25-26).

b. La gloria de la Luz fue manifestada por el Verbo v. 4b-5ª. “Y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece”.
Ahora, la vida no puede ser conocida ni disfrutada si ella no nos es manifestada. Juan pone a la vida y a la luz en estrecha relación porque aquel que es la fuente de la vida, necesariamente es la luz: “Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz” (Sal. 36:9).  Jesús mismo afirmó que su Luz es para dar vida: “Otra vez Jesús les habló, diciendo: el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).
El hombre está muerto en delitos y pecados, dice la Biblia, y como resultado de ello yace en la más lóbrega oscuridad. En la Biblia, la muerte y las tinieblas están muy relacionadas: “Él guarda los pies de su santos, mas los impíos perecen en tinieblas” (1 Sam. 2:9); “Antes que vaya para no volver, a la tierra de tinieblas y de sombra de muerte” (Job 5:14). La muerte espiritual es relacionada con las tinieblas porque en ese estado no se disfruta de la luz espiritual que nos permite ver la gloria de Dios; y cuando el hombre no disfruta de esta gloria, está muerto. Para Dios la vida no es sólo la existencia física, es la existencia en comunión espiritual con él.
Pero que nadie se engañe, el Verbo, Jesús, fue introducido al mundo para ser luz para el mundo, mostrando cómo se debe vivir la vida en unión al Padre y también siendo Él mismo la fuente de esta vida. Si creemos esto seremos salvos y viviremos realmente. Si una persona pretende tener comunión con Dios aparte de Jesús, el tal se engaña a sí mismo. Muchas personas han procurado tener una relación espiritual con Dios pero rechazan la divinidad de Cristo o su exclusividad para ser el salvador; por lo tanto, ellos no tienen comunión real con Dios y mucho menos, vida espiritual. Este es el mensaje de Juan en su Evangelio: sin Cristo no hay vida espiritual, sin él no hay posibilidad de tener comunión con el Padre: “Yo soy la vid verdadera (cualquier otra vid solo ofrece muerte)…, el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:1, 5). “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).  
 Jesús, el dador de la Vida y la vida misma, es la luz de los hombres porque él nos revela al Padre: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). Sólo Jesús puede ser la verdadera luz que revela al Padre porque él es el que existe junto a él, con él y en él; solo las personas de la Santísima Trinidad logran tener un conocimiento completo y exhaustivo de quién es Dios. Ni el ángel más excelso ni la mente humana más dotada podrá jamás conocer plenamente a Dios, por esa razón el Salmista, meditando sobre la omnipresencia y la omnisciencia de Dios exclamó perplejo: “Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender” (Sal. 139:6). Jesús es la luz de los hombres porque a través de Él Dios se da a conocer a los mortales: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: muéstranos al Padre?” (Juan 14:9). Todo lo que Jesús es, lo es el Padre, excepto en que el Padre no se ha encarnado: “Él es la imagen del Dios invisible” (Col. 1:15). No hay dudas, Jesús es la luz porque el que lo conoce a él y cree en él, recibe el conocimiento verdadero de Dios y puede tener comunión con él, lo cual es vivir.
Juan utilizará la señal de la sanación del ciego de nacimiento (Cap. 9) para demostrar que: Jesús es la luz del mundo que da vista a los ciegos espirituales y, que los hombres están ciegos, andan en oscuridad y se oponen a la luz: “Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo (v. 5),… Dijo Jesús: Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven sean cegados (v. 39).
 c. La gloria de la Luz es rechazada por el mundo pecador v.5b. “La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella”. La luz que brilló al inicio de la creación sobre las tinieblas y el caos, es símbolo de lo que el Verbo hace en medio de la oscuridad espiritual que subyuga al ser humano. Juan está avanzando en introducir al Verbo hasta el tiempo en el cual caminó por las polvorientas calles de Palestina. Ahora en el verso 5 lo presenta luego de la caída del hombre en pecado. Cuando Adán decidió ceder ante las tentaciones del diablo y prefirió desobedecer el mandato de vida que le había dado el Padre - (si comían del árbol morirían, si obedecían vivirían) - las tinieblas espirituales se apodaron de la humanidad. La realidad espiritual del hombre fue descrita por Job: “De día tropiezan con tinieblas, y a medio día andan a tientas como de noche” ( Job 5:14); y el Salmo 82:5 “No saben, no entienden, andan en tinieblas; tiemblan los cimientos de la tierra” (Sal. 82:5). La Biblia presenta al hombre en un estado espiritual tan deplorable que Dios dice que la hormiga, la cigüeña, el buey y el asno pueden ser nuestros maestros en el cumplimiento de nuestro deber.
Pero el hombre, aunque descendió a este estado tan deplorable, nunca se quedó sin testimonio en su conciencia, y sin revelación. “La Palabra eterna de Dios resplandece en medio de las tinieblas de la conciencia natural, como un reflejo que todo hombre percibe de la santidad y del poder de Dios”[2]. Juan mostrará cómo Jesús ha actuado en la oscuridad de la conciencia de las personas a través del incidente con la mujer capturada en el acto mismo del adulterio. Cuando la multitud enardecida le preguntó si debían matarla como la ley de Moisés ordenaba, sólo con pronunciar unas pocas palabras llenas de luz, las conciencias de estos incrédulos fue grandemente influenciadas: “Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó sólo Jesús, y la mujer que estaba en medio” (Juan 8:9). De la misma manera el salmista declara que la Luz brilló en el Antiguo Testamento en medio de la oscuridad para traer el conocimiento del Dios verdadero: “Resplandeció en las tinieblas luz a los rectos; es clemente, misericordioso y justo” (Sal. 112:4).
El Verbo brilló con su Luz reveladora de Dios a través de todas las profecías del Antiguo Testamento. Eso fue lo que declaró el ángel a Juan “Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Ap. 19:10). El Verbo, Jesús, ha irradiado su luz transformadora desde los tiempos más remotos del Antiguo Testamento, desde Génesis 3:15, y durante toda la dispensación antigua, de tal manera que toda luz en los corazones y las conciencias de los santos fue producto de Él como Palabra, como Verbo, como Vida y como Luz. Aunque al Espíritu Santo le corresponde el rol de Iluminador, esto lo hace en concurrencia con el Hijo, quien es el que nos revela al Padre, no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo.
Pero, aunque “El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos” (Is. 9:2), los hombres rechazaron a la Luz. ¿Por qué? Porque el malvado corazón humano, acostumbrado a hacer el mal, “amó más las tinieblas que la luz, porque sus obra eran malas” (Juan 3:19). El Verbo, en su revelación a través de los profetas y los escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento, y en su propia persona caminando por las tierras de Palestina, en su vida obra y enseñanzas; revela la luz de la santidad de Dios, pero esta luz, al alumbrar en las tinieblas, muestra las malvadas obras de los hombres, esas obras de la cuales nadie quisiera que otros las vieran, porque son sucias y despreciables; por esa razón los hombres, en toda la historia de la humanidad, han rechazado y siguen rechazando a Jesús. No pueden soportar que él alumbre con su inquisidora luz. “Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3:20).
Las tinieblas en este pasaje representan al hombre pecador, al mundo que odia a Dios. Aunque ellos no amaron al Hijo, ni quieren que su Luz les alumbre, las tinieblas no prevalecieron contra él. Nadie ha podido apagar el fulgor de Su revelación, y nadie podrá hacerlo. El Evangelio de Cristo triunfará, aunque el infierno, Satanás, los demonios, los gobiernos, los filósofos, las universidades, y hasta las iglesias se opongan a Él; la verdad prevalecerá y los escogidos vendrán a Cristo para que su luz les muestre sus malas obras, se arrepientan y vivan para la gloria de Dios.

Aplicaciones:
Juan nos ha presentado a Jesús como Aquel que brillaba en la eternidad con el Padre, el que brillaba durante la creación, el que brillaba en el Antiguo Testamento, en el Nuevo, el que brilla ahora mismo y el que brillará por siempre. Este es nuestro Salvador: brillante, resplandeciente, refulgiendo siempre la gloria de Dios y permitiendo que así las criaturas puedan contemplarla. Cuando lleguemos a la gloria eterna lo que más veremos allí será la gloria irradiante del Verbo, así como lo vio Juan en Apocalipsis: “Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi… al Hijo del Hombre…, sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno… y su rostro era como el sol cuando resplandece con fuerza” (Ap. 1:12, 14, 15, 16). Y el mismo Juan, hablando sobre la luz en la nueva ciudad donde habitaremos para siempre dice: “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el cordero es su lumbrera” (Ap. 21:23). Adoremos al Cordero, quien es la luz del mundo, andemos en esta vida haciendo las obras de la luz y no la de las tinieblas. Vistámonos de la luz de Cristo, por dentro y por fuera, ¿cómo? Haciendo su voluntad, siguiendo el evangelio, amando a nuestros hermanos. El mismo Juan dijo: “El que dice que está en luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas, el que ama a su hermano permanece en la luz” (1 Jn. 2:9-10). Tener la luz de Cristo no es meramente un concepto, es una acción: andar como él anduvo.
Hemos aprendido que Jesús es la fuente de la vida, y él vino para dar vida plena, abundante y eterna al mortal pecador. Ahora debemos preguntarnos ¿Cómo entramos en esa vida? Y la respuesta contundente que nos dará en todo su evangelio es: Creyendo en Jesucristo. La palabra creer aparece 76 veces en todo el Evangelio, ese es el objetivo de este precioso libro. ¿Qué debemos creer? No se trata simplemente de una fe ciega o mística, es una fe real, en una persona, en lo que ella es y en lo que Dios quiere que creamos de ella; es decir, que Jesús es el único y exclusivo Salvador del hombre, el Hijo de Dios, Dios de Dios; no un mero hombre, ángel o profeta. Siendo Dios, entonces exige obediencia a todos sus mandatos y sumisión absoluta a Su Voluntad perfecta. “Tenemos que mirarle, aprender acerca de él, estudiarle, pensar en Él hasta llegar a la conclusión de que no es sino el Hijo de Dios”[3]. Pero la fe que se apropia de Jesús y recibe de él la vida y la luz, no es sólo una convicción racional, también incluye la confianza de corazón sincero, de que él es lo que dice ser y de Su palabra; y, en especial, cimentar nuestras vidas en Su evangelio.
Todos nosotros pertenecíamos al reino de las tinieblas, nos deleitábamos en las obras de la maldad, las cuales se hacen en oculto, y nos agradaba andar en la oscuridad de nuestro pecado; caminábamos rumbo a las tinieblas de afuera, donde es el crujir de dientes; pero un día Cristo nos iluminó con su Palabra y pudimos verlo como el Hijo de Dios, el Redentor, el Cordero de Dios; y en ese acto de fe y apropiación fuimos trasladados de “las tinieblas a su luz admirable” (1 P. 2:9); por lo tanto, nuestro andar debe ser como el de aquellos que portan la verdadera luz, “porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz” (Ef. 5:8); y cómo andan los hijos de luz, así como anduvo Cristo en este mundo. Amigos, ustedes son hijos de las tinieblas, pero hoy el Señor se ha mostrado ante ustedes como el Señor de la luz, vengan a Jesús, crean en él, dependan en todo de él, y ustedes también serán hijos de luz: “Entre tanto que tenéis luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz” (Juan 12:36).




[1] Hendriksen, William. El Evangelio según San Juan. Página 76.
[2] Henry, Matthew. Comentario Bíblico en un solo tomo. Página 1351
[3] Barclay, William. Comentario al Nuevo Testamento. Página 379

El Verbo en la creación. Juan 1:3

Un prólogo sublime. El Verbo: Desde Su eternidad hasta Palestina
Juan 1:1-18
Por Julio C. Benítez
(Pastor en la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín)
2. La gloria del Verbo en la creación. V. 3
El tema central de la Biblia es Dios y el Evangelio, Dios salvando a los hombres para que vivan para Su gloria. La buena noticia del Evangelio es que Dios diseña un plan perfecto para reconciliar consigo mismo al pecador rebelde, supliendo toda la deficiencia que hay en el mortal: Lo justifica por medio de la muerte mediadora y expiatoria de Cristo, lo libra de la condenación eterna recibiendo en la cruz la ira del Juez Justo, lo llama eficazmente por la obra de Cristo para que acuda al arrepentimiento y a la fe necesaria para la salvación, lo limpia de sus pecados y maldades a través de su sangre derramada, le transforma a la imagen de Cristo para que pueda andar en comunión real y constante con el Padre, lo sienta en los lugares celestiales en Cristo ahora mismo para que disfrute las riquezas de la Gracia del Señor, le resucitará en Cristo al final de los tiempos para que pueda disfrutar de la gloria eterna en comunión íntima con Dios, los ángeles y los santos.
Este es el mensaje más importante que cualquier mortal pueda escuchar, no hay noticia más relevante y transformadora que ésta. Es más importante que la noticia de la llegada del hombre a la Luna, que el descubrimiento del genoma humano, que el restablecimiento de las relaciones entre Cuba y EEUU o la firma de un acuerdo de paz entre las Farc y el gobierno colombiano.
Esta verdad fue bien comprendida por los apóstoles de Cristo, los cuales decidieron, guiados e inspirados por el Espíritu Santo, poner por escrito para su propia generación y las venideras, los hechos y enseñanzas más relevantes de Jesús, no con el fin de satisfacer una curiosidad histórica, sino de mostrar que en Él se cumplieron todas las profecías del Antiguo Testamento sobre la simiente de la mujer que nacería en este mundo para reconciliar a Su pueblo con Dios. El Mesías prometido en los tiempos antiguos vino al mundo, fue despreciado por el mundo, pero hizo Su obra perfecta para salvar a Su pueblo y reconciliarlo con Dios. No hay mensaje más glorioso, no hay noticia más impactante, no hay un tema más importante que éste. Es por eso que el apóstol Pablo escribió: “1. Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; 2. por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. 3. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 4. y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; 5. y que apareció a Cefas, y después a los doce”. (1 Cor. 15:1-5).
Esta es la verdad central que todo hombre, mujer y niño debe creer si es que desea ser salvado. Por eso al Espíritu le plació escribir cuatro retratos del mismo Evangelio: Mateo, Marcos, Lucas y Juan tienen ese propósito en mente. No se trata de una simple biografía, sino de un mensaje que transforma las vidas y las pasa de muerte a vida.
El Evangelio del que estamos predicando tiene ese propósito en mente. Juan escogió siete señales y algunos discursos de Cristo que consideró, inspirado por el Espíritu, serían suficientes para mostrarnos que Jesús es el Mesías, nacido de mujer pero venido directamente del cielo, Dios de Dios. Si alguien no cree esto no puede ser salvo, pues, no está creyendo en Aquel que le puede salvar. Si alguien no cree que Jesús es Dios verdadero de Dios verdadero, Hijo del Padre, de la misma esencia, pero una persona distinta; el tal delira de cosas que no entiende y rechaza a Aquel que le puede salvar. Ese es el propósito por el cual Juan escribe Su evangelio. No se trata de meras historias o maravillas, sino de un mensaje que produce salvación: “30. Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. 31. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20).
Con ese propósito en mente, Juan escribe una introducción o prólogo a Su Evangelio, el cual se encuentra en el capítulo 1 versos 1 al 18. Aquí Juan da un anticipo de los temas principales que desarrollará en su Evangelio. El Mesías no es sólo un hijo de David, sino Señor de David, Señor de Abraham, Señor de la creación, Señor de la Eternidad.
El prólogo es un himno de introducción del Mesías al mundo, el mejor canto de navidad jamás escrito. Juan traerá a Cristo desde el cielo y la eternidad hasta la temporalidad y humillación de la encarnación en Palestina. Juan presenta a Jesús en la eternidad como el Verbo o la Palabra de Dios, quien está con Dios, como una persona distinta, pero a la vez es Dios de la misma esencia. Juan luego mostrará a Cristo dando declaraciones de su divinidad: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). Luego Juan, sigue mostrando a Cristo como el agente de la creación y el mismo Creador; quien, habiendo hecho al hombre a su imagen, se convierte en Su vida y luz espiritual; pero el hombre pecó y rechazó a la luz y a la vida; Este Mesías, eterno con Dios el Padre, Creador de todo y fuente de la verdadera vida y luz; debió ser recibido en la tierra con los más altos honores, pero la realidad fue lo contrario: A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. El verbo eterno tomó forma corporal humana, dignificando así al hombre, pero el hombre no lo recibió, sino que lo rechazó. Más este Dios-humanado se humilló a sí mismo y estuvo dispuesto a morir en manos de aquellos que vino a salvar.
Este es el verdadero evangelio, no hay más. Esto es aquello de lo cual se debe predicar en todo tiempo, este debe ser el tema central de toda conversación cristiana, de todo devocional personal o familiar: Cristo, el Verbo eterno, vino al mundo para ser su Luz y Vida, el mundo lo rechazó; pero él dio su vida para salvar a Su pueblo de sus pecados, y constituirnos en hijos de Dios, adoptados en el Amado.
Luego de haber visto a Cristo como el Verbo de Dios en la eternidad, procederemos con el siguiente punto desarrollado por el Evangelista en su prólogo: La gloria del Verbo en la creación.
Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (v. 3). En este pasaje encontramos dos verdades: una expresada de manera positiva: El Verbo fue el instrumento de la creación, y otra expresada en términos negativos, nada existe sin él.
Iniciemos revisando la declaración positiva: “Todas las cosas por él fueron hechas”. El Salvador es también el Creador, y nadie mejor para rescatar al pecador perdido que aquel que lo ama porque también es el que lo hizo. Todo inventor ama los productos de su capacidad creadora, así Dios-el Verbo, siendo también el Creador del hombre, posee un profundo e infinito amor por Su criatura, de tal manera que está dispuesto a darlo todo para rescatarlo del estado de dolor y miseria en el cual se hundió a causa de su propia obstinación y maldad.
La doctrina de la creación y la salvación del hombre van de la mano, el Dios que crea es el Dios que salva. Esto fue lo que Dios le repitió muchas veces a Israel: “Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve” (Is. 43:1, 11). Sólo él puede salvar, porque sólo él es el Creador. “De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador” (1 P. 4:19), al Creador encomendamos nuestras almas en medio de la aflicción porque solo él puede experimentar la compasión profunda y activa que nos libra del mal. “¿Así pagáis a Jehová, pueblo loco e ignorante? ¿No es él tu padre que te creó? Él te hizo y te estableció” ( Deut. 32:6). Si Dios creó al hombre, entonces él le pertenece y debe rendirse en obediencia; además, si Dios creó al hombre, sólo él le puede salvar completamente de su miseria.
Ahora, Juan no nos dice que el Verbo creó sólo al hombre, sino a todas las cosas; resaltando así que el Mesías, aunque es hijo de David, es el creador de David, el creador de todas las cosas, y por lo tanto, digno de adoración; pues, aquel que creó todas las cosas, necesariamente él mismo no es creado, sino eterno. Ahora, la Biblia nos enseña que Dios el Padre es el Creador. Dentro de los roles de las personas de la Santísima Trinidad, al Padre le corresponde por excelencia el de Creador; no obstante, debido a que las tres personas de la Trinidad no conforman tres dioses, sino un solo Dios; hay un sentido en el cual se puede decir que lo que hace una persona, también lo hacen las otras. Por ejemplo, la Segunda Persona, el Hijo, es, por excelencia, el Redentor; no obstante, en la Biblia, al Padre también se le denomina como el Redentor. Dios el hijo es el Salvador, pero el Padre y el Espíritu también están involucrados en esta obra. Lo mismo sucede con la creación, aunque Dios el Padre es el Creador, también el Hijo y el Espíritu participan de la misma obra. Por ejemplo, Job dice: “El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida” (Job 33:4).
Respecto al Hijo como Creador, Pablo afirma: “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos (los ángeles fueron creados por él) y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Col. 1:15-17). También Pablo en 1 Corintios 8:6 reafirma la verdad de que todas las cosas fueron hechas por el Padre, por medio de Jesús: “Para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Cor. 8:6). Y el autor de Hebreos se identifica plenamente con esta verdad cuando dice: “En estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Heb. 1:2). Y es muy posible que Juan, un judío convertido a Cristo, conocedor del Antiguo Testamento, haya pensado en el Verbo como la sabiduría personal que estaba con Dios desde la eternidad, la cual, también participó de la creación: “Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve el principado… cuando formaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo; cuando afirmaba los cielos arriba, cuando afirmaba las fuentes del abismo; cuando ponía al mar su estatuto, para que las aguas no traspasasen su mandamiento; cuando establecía los fundamentos de la tierra, con él estaba yo ordenándolo todo” (Prov. 8:22, 23, 27-30). Y siendo que Juan inicia su evangelio de la misma manera como Moisés inició el Génesis, hablando del principio y del origen de todas las cosas, relacionando este principio con el Verbo eterno; entonces, no es de extrañar que cuando dice que todas las cosas fueron hechas por medio del Verbo o la Palabra, esté pensando en la forma cómo Dios creó todas las cosas: Por medio de Su Palabra, es decir, por medio de Cristo.
Muchos filósofos, pensadores, teólogos y científicos creen que Dios usó a la materia para crear al mundo, es decir, que la materia, así como Dios, es eterna. Pero los autores Sagrados enseñan todo lo contrario. Al principio, antes de la creación, no había ninguna materia, solo Dios. Y este Dios, quien es espíritu, creó, con Su sola palabra todas las cosas que existen, sean espirituales o materiales.
Ahora, es importante resaltar que la construcción de esta frase en el idioma griego deja ver que el Verbo fue el instrumento personal de la creación, es decir, el texto debe ser traducido así: “Todas las cosas fueron hechas por medio de él”. EL Verbo, el Cristo, Aquel que tuvo una existencia continua y conjunta con el Padre desde toda la Eternidad es el agente de la divinidad que trae a existencia toda la creación. El Padre lo origina todo, pero el Hijo lo manifiesta y el Espíritu lo hermosea. “Debemos recordar que esta expresión no implica inferioridad alguna de Dios el Hijo respecto a Dios el Padre como si Dios el Hijo fuera solo el instrumento que trabaja sometido a otro. Tampoco implica que la creación no fuera en sentido alguno obra de Dios el Padre y que Él no sea el Hacedor del Cielo y de la Tierra. Pero implica que es tal la dignidad del Verbo eterno, que en la Creación así como en todo lo demás cooperó con el Padre: “Todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Juan 5:19”. Cuando leemos la expresión “por mí reinan los reyes” (Proverbios 8:15), ni por un momento suponemos que los reyes son superiores en dignidad a Aquel por medio de quien reinan”[1].
El Segundo aspecto que deja ver Juan en el verso 3 es que nada existe sin el Verbo. “Y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. Esta es una afirmación poderosa, pues, Juan quiere reafirmar la capacidad creadora del Verbo y también que él mismo no es creado. Si nada existe sin él, es porque él es necesario para la existencia de cualquier ser, pero si él es necesario para que cualquier cosa exista, entonces, él mismo no necesita de la existencia de otro ser. Aquí se afirma la divinidad de Cristo de una manera contundente: Aquel que es el medio para la creación de todas las cosas, espirituales o materiales, tiene que ser eterno con Dios el Padre, fuente de toda creación.
Algunas sectas creen que Cristo en un ángel creado, el primer ser de la creación, a través de quién Dios creó todas las cosas; pero Juan niega esta verdad, pues, él afirma que por medio de Cristo se creó todo, es decir, ni una sola cosa, espiritual o material, las que hay en los cielos o en la tierra, visibles e invisibles, nada existe sino es por medio del Verbo; por lo tanto, él tiene que ser eterno. Por medio de él se creó desde el ángel más excelso que habita en la misma presencia de Dios, hasta el gusano más vil que es despreciado por el ojo humano. La Biblia no nos dice que alguna creación precedió a la creación. Lo único que existía antes de la creación es la eternidad, y el único ser eterno es Dios, el Padre, el Verbo y el Espíritu: un solo Dios verdadero en tres personas divinas.
Sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho; parece una declaración filosófica: Algo empezó a existir, entonces fue creado por Cristo, y si no fue creado por Cristo, no existe; así de sencillo. Jesús no sólo es el que garantiza la salvación de Su pueblo por toda la eternidad, sino que él mismo garantiza la existencia de la creación, pues, ella depende de él para existir y ser. ¡Cuán glorioso Salvador tenemos! No se parece en nada a los mesías de las distintas religiones que hay en el mundo, los cuales mueren y en nada son necesarios para que la existencia del mundo continúe. Si se pudiera dar que el Verbo dejara de existir, entonces todo lo que ha sido creado dejaría de ser.
Ahora, Juan desarrollará esta doctrina a través de su evangelio, dando evidencias de que él es el creador: él transformó el agua en vino, solo Dios puede cambiar la esencia de las cosas. Él resucitó a Lázaro cuando en su cuerpo ya había iniciado el proceso de descomposición porque él es el dador de la vida y el creador del cuerpo humano. Los que creen en él pasan de muerte de vida, porque, siendo el creador tiene el poder para resucitar el alma muerta en delitos y pecados; él es la resurrección y la vida, porque el poder creador seguirá por siempre en él. Jesús es el Verbo Creador porque él puede hacer las mismas obras que hace el Padre (Juan 10:37).

Aplicaciones
El Verbo vino a este mundo material porque él ama a su creación. Dios no está lejos del mundo, él es inmanente y habita en medio de lo creado, preservándolo todo y guiándolo hacia el destino que él mismo trazó. Dios no ha abandonado a su creación. “Este es el mundo de Dios, por eso nada en él está fuera de su control; y por eso debemos usar todas las cosas dándonos cuenta de que pertenecen a Dios. El cristiano no le hace de menos al mundo creyendo que el que lo hizo era un dios ignorante y hostil, sino que lo glorifica recordando que Dios está en todas partes, detrás de todo y en todo. Cree que el Cristo que recrea el mundo fue el colaborador de Dios cuando el mundo fue creado al principio y que, en la obra de redención, Dios está tratando de recuperar algo que fue siempre suyo[2]
Lutero, el gran reformador, comentando Juan 1:3 dice: “Si Cristo no es el verdadero Dios engendrado del Padre en la eternidad y Creador de todas las criaturas, estamos perdidos. ¿Para qué me hubiera servido el sufrimiento y la muerte de Cristo si fuera un mero ser humano como vosotros y como yo? En tal caso, no hubiera vencido al diablo, a la muerte y al pecado por ser demasiado débil para lograrlo, y no nos hubiera ayudado en nada. Por el contrario, tenemos a un salvador que es el verdadero Dios y Señor del pecado, la muerte, el diablo y el infierno. Si permitimos que el demonio nos arranque esta convicción de su divinidad, entonces sus sufrimientos, resurrección y muerte no nos aprovecharán en nada. Nos hallaremos privados de toda esperanza en la vida eterna y la salvación, es decir, seremos incapaces de consolarnos con las promesas de las Escrituras. Pero si hemos de ser salvados del poder y de los mortíferos asaltos del diablo, así como del pecado y de la muerte, es imperativo que dispongamos de una eterna posesión perfecta y sin defecto”.
Al ver que el Verbo eterno, el Creador omnipotente, fue el que murió en la cruz para darnos salvación, comprendemos que nuestra miseria era profunda y nuestro pecado inmenso. El rescate por nuestras maldades no pudo ser pagado por arcángeles o patriarcas, sino por el Dios-Verbo-Creador. ¡Qué gran Salvador tiene el cristiano! Solo Jesús, el Verbo-Creador, puede garantizar una salvación eterna, un nuevo cielo y una nueva tierra donde morará la justicia.
Tenemos a un Salvador que es superior a cualquier criatura, espiritual o material, por lo tanto, él puede garantizar que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni los demonios, ni Satanás, ni el infierno, ni la muerte, ni el hombre; nada podrá dañarnos porque el Dios-hombre, el Verbo-Creador, venció a Satanás, lo ató con el poder de Su fuerza y nos librará de todos los enemigos de nuestra alma. ¡Cuánto gozo debe experimentar el alma que ha confiado humildemente en este Salvador! Así nuestra fe sea muy débil y tambaleante, si hemos creído en el Verbo, nuestra salvación es segura.
Juan capítulo 1 verso 3 destroza por completo la doctrina de  la evolución; cualquiera que se identifica con esta teoría rechaza al Verbo de Dios que creó todas las cosas con el poder de su fuerza, de la nada; y sólo le espera la condenación eterna. Varios teólogos creen que el mundo fue hecho por Dios utilizando las fuerzas de la evolución, pero esto es una locura, pues, nos tocaría entonces pensar que los ángeles también fueron producto de esta fuerza ¿en qué momento la materia evolucionó para convertirse en espíritu? ¿Podrá decir un cristiano que Jesús es descendiente de un mono? Algunos científicos que se identifican con el creacionismo, es decir, que el mundo fue producto de una creación inteligente y no de la evolución; no se atreven a afirmar que el Creador es Jesús; los tales, aunque están cerca de la verdad, necesitan confesar lo que enseña Juan, el Verbo creó todas las cosas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. ¡Jesús es el Creador!, ¡que lo oiga toda la tierra!
Amigo, ¿Has visto quién es Jesús? ¿Qué harás con él? No puedes permanecer neutral ante Aquel por quien fuiste creado y por quien tu vida se sustenta. ¿Lo adorarás como Dios y lo reconocerás como tu Salvador? Quiera el Espíritu Santo abrir tu corazón para que lo puedas ver como Creador y Salvador, porque si no lo miras así morirás en tus pecados. Él dijo: “Porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:24). 




[1] Ryle, J. C. Meditaciones sobre los Evangelios: Juan 1-6. Páginas 33-34.
[2] Barclay, William. Comentario al Nuevo Testamento. Pág. 379

Un prólogo sublime: El Verbo en la eternidad. Juan 1:1-3

Evangelio según San Juan
Un prólogo sublime. El Verbo: El Redentor en su eternidad
Juan 1:1-18
Por Julio C. Benítez 
(Pastor en la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín)
Introducción al Evangelio
Si quisiéramos conocer de manera adecuada y amplia un suceso, debemos indagar acerca del mismo a través de varios testigos o ángulos; pues, un solo testigo o una sola visión sólo te permitirá conocer el suceso de una manera parcial. Por ejemplo, si tú fueras periodista y fueras a dar un reporte sobre un accidente automovilístico, es posible que al entrevistar a algunos de los testigos presenciales encontrarás versiones como estas: el poste de luz cayó sobre el auto rojo e hirió a tres niños que iban en la parte trasera del mismo (este testigo fue más impactado por las heridas de los tres niños y solo vio cuando el poste cayó sobre el auto rojo); pero es posible que otro testigo te diga: un auto azul venía por la vía a gran velocidad y se estrelló de una manera brutal contra un poste haciendo que este cayera (él fue impactado por la fuerza del auto azul que se dio contra el poste); pero es posible que otro testigo diga: el auto azul venía a una velocidad alta, pero dentro de los límites permitidos, de pronto un perro salió de la nada en medio de la vía, y el conductor del auto azul se desvió hacia el andén con el fin de no hacerle daño, contando con tan mala suerte que no vio el poste que estaba allí y se estrelló contra él haciendo que cayera sobre un auto rojo (este testigo fue impactado por la noble acción del conductor del auto que no quiso atropellar al perro).
Todos los testigos están diciendo la verdad, pero están dando el enfoque desde el cual lo vieron, o quieren enfatizar algo particular que los impactó. Lo mismo sucede con la historia de la persona más importante que ha pisado el planeta: Jesús de Nazaret. El Espíritu Santo quiso usar la perspectiva de 4 testigos presenciales para darnos un retrato amplio y completo de Jesús, de su obra, de su mensaje y de su vida. Mateo, Marcos y Lucas nos dan, aunque contando casi las mismas historias y parábolas (por eso se les llama los evangelios sinópticos), retratos distintos de Cristo: Mateo quiere mostrarle a los judíos que en Jesús se cumplieron todas las profecías del Antiguo Testamento respecto al Mesías; Marcos desea mostrar a sus lectores que Jesús es el Siervo sufriente profetizado en el Antiguo Testamento, él no vino como el Rey que juzga, sino como el siervo de la humanidad que viene a dar su vida en rescate por ella; Lucas, quiere mostrar por medio de su evangelio la humanidad de Jesús, él es el Hijo del Hombre, no es un ser etéreo ajeno a la realidad humana, él vivió en una época específica y es un ser histórico; y Juan, un libro cuyo 90% del contenido es exclusivo, quiere mostrar por medio de su Evangelio que Jesús no es sólo un buen o gran hombre que puede hacer milagros, sino que éstos tienen la función de demostrar que él es divino, él es de la misma esencia del Padre; es una persona distinta al Padre, pero es de la misma esencia eterna; por lo tanto, Jesús no es sólo el salvador de la humanidad porque es el Mesías prometido, o porque es el hombre perfecto, o porque es el siervo que da su vida por los hombres; sino porque solamente él puede redimir eternamente a la humanidad, ya que él es el Dios eterno hecho carne. En el capítulo 20 versos 30 al 31 Juan nos presenta el propósito por el cual escribió su evangelio: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”.
El evangelio de Juan ha sido considerado como uno de los libros más hermosos que se hayan escrito en todo el mundo. El estilo del libro ha sido comparado con una bañera en la cual un bebé puede bañarse sin ahogarse, pues, es sencillo y fácil de entender; pero a la vez es tan profundo e inagotable como un lago donde un elefante  puede nadar y sumergirse en él. Juan, el anciano apóstol del amor, escribe este evangelio, inspirado por el Espíritu Santo, con tanta ternura y cuidado, que ha sido el libro de la Biblia más usado para ganar almas para Cristo. Millones de Evangelios de Juan se han distribuido por el mundo en la mayoría de las lenguas conocidas.
Aunque el libro mismo no dice quién es su autor, la Iglesia no ha tenido duda que fue Juan, el hijo de Zebedeo, a quien Jesús amaba y quien se recostó en su pecho en la última cena. Este Juan, quien era hijo del trueno, pero luego fue convertido en el apóstol del amor, escribió este evangelio en el cual se retratan aspectos tan íntimos de Cristo como su llanto frente a la tumba de Lázaro.
Abordemos con total compromiso el estudio de este Evangelio, en el cual encontraremos una manifestación abundante y excelsa, no sólo de la Divinidad de nuestro Redentor, sino de su amor, de su gracia y compasión para con aquellos que creen en él.
El prólogo: Juan 1:1-18: La gloria del Hijo – el Verbo de Dios
El prólogo del Evangelio de Juan es una poética introducción que adelanta los grandes temas que su autor desarrollará para beneficio de los lectores. El corazón pastoral del autor se evidenciará en el trato tierno del tema principal de su libro, procurando conducir a sus lectores a una comprensión progresiva y contundente de la gloriosa verdad de que Jesús no sólo es el Mesías esperado por los judíos, sino que él es realmente el Dios eterno. Pero la doctrina del Mesías-Dios o del Hombre-Dios no era fácil de entender por el judaísmo y mucho menos por la filosofía griega. Por tal razón, el anciano apóstol, toma siete milagros de Cristo y algunos discursos centrales del Salvador para mostrar evidencias teológicas y prácticas de que Jesús es el Hijo de Dios, de la misma esencia del Padre. El evangelio es un canto en crescendo de la Divinidad de Cristo, el cual empieza con notas triunfales tomadas de la eternidad, luego baja a la encarnación y entonces sí empieza el camino ascendente hacia una demostración contundente del Salvador-Divino-Humanado.
Los versículos 1 al 18 han sido denominados por los comentaristas bíblicos como “El prólogo”, es decir, una introducción al contenido del libro. Juan inicia su evangelio de una manera distinta a los otros tres; pues, él presenta a Cristo ya adulto; no obstante, en el prólogo Juan va más allá de los otros tres evangelios y presenta a Jesús antes de su nacimiento, en la eternidad con el Padre, creando los mundos y llenándolo de luz y vida. Mateo y Lucas presentan la genealogía humana de Cristo, pero en Juan esto no tendría lugar, pues, su énfasis es mostrar la divinidad y eternidad del Hijo de Dios; el Mesías no tiene genealogía en su calidad de Hijo, pues, él es eterno, sin principio, Dios de Dios.
Por esta razón, y con el fin de comprender mejor el contenido del prólogo, lo dividiremos para su estudio así:
1. La gloria del Verbo en el principio. v. 1-2
2. La gloria del Verbo en la creación. V. 3
3. La gloria del Verbo como vida y luz. V. 4-5
4. La gloria del Verbo testificada. V. 6-13
5. La gloria del Verbo en la encarnación. V. 14-18
1. La gloria del Verbo en el principio. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios”. (v. 1-2).
La expresión “en el principio” es parecida a Génesis 1:1 donde Moisés, inspirado por el Espíritu Santo, presenta a Dios, quien es desde la eternidad, iniciando todas las cosas: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra”. Juan, al usar esta frase al comienzo de su evangelio quiere conectar al Verbo en la eternidad con Dios, Dios y el Verbo estaban antes de la creación del tiempo, antes de la creación de lo espiritual o lo material; por lo tanto, esa persona a la cual Juan presentará en Su evangelio, a quien llama “el Verbo”, tiene la particularidad de que, aunque fue introducido en el tiempo y el espacio, naciendo de mujer; él mismo no tiene principio, sino que comparte con Dios el Creador la característica de la eternidad.
La expresión en el principio o antes de la creación significa desde la eternidad: “Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación. Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios” (Sal. 90:1-2). En la creación Dios hizo todas las cosas, espirituales o materiales, y antes de la creación no hubo otra creación. La creación es el inicio de todo lo que existe, sea espiritual o material, y si el Verbo compartía con Dios la existencia antes de la creación, entonces, antes de ella lo que había era la eternidad; por lo tanto, el Verbo y Dios el Padre son eternos. El Verbo es increado. No es la primera creación de Dios como algunos herejes propusieron ya desde los primeros siglos del cristianismo. Antes de la creación, antes del principio, solo existía la eternidad, y el único ser eterno es Dios, por lo tanto, si el Verbo es Eterno, él también es Dios; pero no otro Dios, sino el mismo Dios. “El mundo existe desde el principio, pero el Verbo ya existía en el principio, antes de que el mundo comenzara a existir. El que era en el principio no comenzó con el principio y, por tanto, existió siempre”[1].
Además de los más usados títulos o nombres que se le dan a Jesús en el Nuevo Testamento, como: Cristo, Señor, Hijo de Dios, Hijo del Hombre; Juan le asigna el título de Logos, el cual es traducido en las versiones en español como Verbo y en inglés, Palabra. Este título se encuentra sólo en los libros escritos por el apóstol Juan: Juan 1:1, 14; 1 Jn. 1:1 y Ap. 19:13. Aunque el concepto de Logos es muy común en la filosofía griega, no hay razones para pensar que Juan tomó el concepto de allí; más bien, Juan, un judío, recibe este concepto del Antiguo Testamento, y toma la palabra de la Septuaginta, la versión griega de la Biblia. Logos significa verbo, sabiduría o conocimiento. Jesús es presentado como el Verbo o la sabiduría de Dios. Él “expresa o refleja la mente de Dios; y también revela lo que es Dios al hombre (1:18; cf. Mt. 11:27; He. 1:3)”[2]. Jesús es el Verbo de Dios porque él “es la Fuente de toda sabiduría, y quien da el ser, la vida, la luz, el conocimiento y la razón a todos los hombres; que es el gran Manantial de revelación que ha manifestado a Dios ante la humanidad; que habló por los profetas, “pues el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía,” Ap. 19:10; “el que sacó a luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio”, II Ti. 1:10, y el que manifestó completamente los profundos misterios que por la eternidad estaban ocultos en el seno del Dios invisible, Jn. 1:18”[3].
Sólo Jesús puede ser llamado el Logos o la Palabra de Dios porque “en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Heb. 11:1). “Cristo nos ha declarado la mente del Padre con respecto a nosotros, de la misma manera que la palabra o el discurso de un hombre nos dan a conocer sus pensamientos. Sólo Cristo podía declararnos con toda precisión, exactitud y profundidad la mente de Dios, porque: (A) sólo Él conoce exhaustivamente al Padre (v. Mt. 11:27); (B) En todo lo que hacía y decía, Cristo era “Dios manifestado en carne” (1 Ti. 3:16), la Palabra de Dios encarnada (v. 14), es decir, la traducción más exacta posible de Dios al lenguaje humano, de tal modo que quien ve a Jesús, ha visto al Padre (14:9). Juan el Bautista era una voz, pero Cristo es el Verbo[4].
Por la Palabra de Jehová fueron hechos los cielos” (Sal. 33:6), es decir, por medio del Logos o de la Sabiduría. En el Antiguo Testamento al Logos se le trata como a una persona eterna que habita con Dios: “Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra. Antes de los abismos fui engendrada…, Cuando formabas los cielos allí estaba yo; cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo…, Con él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él en todo tiempo” (Prov. 8:22-30). Jesús es el Logos de Dios, porque él habita desde la eternidad con él.
En los primeros dos versículos, hablando de la relación del Verbo con Dios, Juan usa cuatro veces el verbo “era”. “Era con Dios” significa literalmente: cara a cara, es decir, antes de la creación de todas las cosas, en el principio, el Verbo estaba en la más íntima relación con Dios, cara a cara. “Este gozo original se había imprimido tan profundamente en el Logos que nunca se borró de su conciencia, como se evidencia en su oración sacerdotal: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú para contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese (Juan 17:5)”[5].
El verbo… era Dios”. Esta es una de las declaraciones más poderosas de la divinidad de Cristo en todas las Escrituras. En el griego la expresión es muy contundente: “Kai Theos en ó Logos”, textualmente, “Y Dios era el Verbo”, aunque es más apropiado traducirlo “El verbo era Dios”, es decir, lo que Dios era en la eternidad, también lo era el Logos. No hay dudas sobre este tema, cualquiera que rechace la divinidad de Cristo lo hará en contra de la Biblia, la Palabra de Dios. Tenemos a un Redentor que es Dios encarnado, adquiriendo una salvación eterna, como él mismo es eterno, para todos los que creen en Él.
Este era en el principio con Dios”. Y aquí Juan no da lugar a la doctrina modalista, monarquianista o sabelianista; en la cual creen que Dios es una sola persona que se manifiesta de distintas maneras en la historia de la redención; Juan declara que esto es falsedad; pues, aunque Dios es uno, en la divinidad eterna subsisten varias personas. Aunque Dios es el Logos, el Logos estaba cara a cara con Dios en la eternidad, lo cual significa que Dios el Padre y el Hijo-Logos son personas distintas, pero unidas en la misma sustancia divina. En el principio, el Hijo-Logos y el Padre se deleitaban perfectamente en la íntima relación de la divinidad. Un eterno amor ha bañado la relación de las tres personas divinas. Y en esa relación íntima de amor perfecto se concertó la reconciliación entre Dios y los hombres, por medio de la muerte de Jesucristo. Eterna redención entonces será el resultado de esa eterna decisión. El pacto entre Dios y el Hijo es eterno para dar una salvación y seguridad eterna.
Este era en el principio con Dios”. El Logos no era sólo una idea o un pensamiento de Dios, sino que era una verdadera persona. Siendo Dios, el Logos, Jesús, es digno de adoración. Por eso Juan presentará varias veces a algunas personas rindiéndole adoración a Jesús: El ciego de nacimiento que fue sanado por Cristo, cuando comprendió quién era él le dijo: “Creo, Señor; y le adoró” (Juan 9:38); y en Juan 20:28 “Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío!”. Si Jesús no fuera Dios, como algunas sectas han proclamado, sino un ángel creado, entonces no hubiera aceptado que los hombres le rindieran adoración; pues, los ángeles mismos no la reciben: “Yo Juan soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las hube oído y visto, me postré para adorar a los pies del ángel que me mostraba estas cosas. Pero él me dijo: Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo. Adora a Dios” (Ap. 22:8-9).

Aplicaciones:
En Juan capítulo 1 hemos aprendido que Jesús es el Logos o la Palabra de Dios. Hemos visto que el Hijo de Dios revela al Padre de manera perfecta. Esto nos habla del amor de Dios, quien decide tomar la iniciativa de revelarse a sí mismo y darse a conocer a los hombres. Y si Dios ha decidido revelarse en el Hijo, el Logos, como un acto de su bondad, entonces sería un acto de profunda ingratitud y malignidad si nosotros despreciamos esa revelación no conociéndola, no haciendo los más ingentes esfuerzos para comprenderla y aceptarla. Si queremos conocer a Dios, debemos conocer al Hijo. Por lo tanto, todo creyente encontrará gran gozo y plenitud al estudiar y conocer la persona de Cristo; y conociéndole a él somos transformados en la imagen de Dios.
También aprendidos una verdad teológica profunda y misteriosa: Dios es uno, pero en su substancia existe en distintas personas co-eternas y co-iguales. Esto no lo podemos comprender con nuestras mentes finitas, pero es nuestro deber aceptarlo por fe. No tratemos de descifrar lo que no nos ha sido revelado al respecto, porque esta verdad supera nuestra comprensión. Seremos altamente bendecidos si nos conformamos con la información que nos da la Biblia: Jehová es uno, el Logos es Jehová, pero a la misma vez distinto a él como persona. Dios es uno, pero en su substancia existen tres personas. Si no creemos esta verdad no podemos ser salvos, pues, el Redentor es Cristo Jesús, el Logos que es Dios y es con Dios. Debemos aceptar estas dos verdades.
Si el Redentor de la humanidad tenía que ser eterno y de la misma naturaleza infinita de Dios, entonces la gravedad y dimensión de nuestro pecado tenían que ser muy grandes. Solo un terrible problema necesitará de los recursos más altos para su solución. Cuando leemos los primeros 2 versículos de Juan 1 comprendemos que nuestro problema espiritual, nuestra rebeldía y nuestra condenación superaban toda comprensión de nuestra parte. Jesús es el Logos eterno que vino para salvarnos de una condenación eterna, ocasionada por un pecado abominable que ofendió gravemente la santidad del Dios inconmensurable. Alabemos al Señor por esta redención tan alta que preparó para nuestro bien y Su gloria. “La correcta medida de la gravedad del pecado es la dignidad de Aquel que vino al mundo a salvar a los pecadores. ¡Si Cristo es tan magnífico, entonces el pecado ha de ser sin duda algo muy grave!”[6].
No importa los pecados que hayas cometido, ni la profundidad de tus maldades o tu culpa; es verdad que estás bajo la ira de Dios y mereces el infierno eterno, pero el Logos, aquel que era Dios y estaba con Dios, decidió bajar humildemente a esta tierra para dar su vida en rescate del pecador. Si tú estás convencido que eres un gran pecador, entonces debes venir en arrepentimiento ante el Gran Redentor. Si tus pecados son grandes, la eficacia de su sangre derramada es más grande para perdonarte y justificarte ante el Padre.




[1] Henry, Matthew. Comentario Bíblico Completo. Pág. 1351
[2] Hendriksen, William. Juan. Página 74
[3] Clarke, Adam. Comentario de la Santa Biblia. Tomo III. Página 158
[4] Henry, Matthew. Comentario Bíblico completo. Página 1351
[5] Hendriksen, William. Juan. Página 75
[6] Ryle, J. C. Meditaciones sobre los Evangelios. Juan 1-6. Página 26